El destino de Tancor IV

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Campamento rebelde en Hur

El ejército de Tancor se despertó bajo una fina llovizna y un cielo con nubes negras. Los soldados desayunaron doble ración de gachas de avena; debían estar fuertes para la batalla que se avecinaba. El ejército imperial estaba cerca y todo hacía presagiar que ese día lucharían. Empezaron a fortificar el terreno cercano a Hur, un extenso llano donde Elmisai había decidido presentar batalla, con la villa de Hur y el bosque a su espalda. No era una posición ideal para las tácticas del ejército de Tancor, mejor preparado para la guerra de guerrillas que su adversario, pero le permitía ocultar tropas en el bosque y en la villa que el enemigo no podría visualizar, haciendo que éstos se confiaran, para luego actuar en el momento oportuno; y si algo iba mal también podían replegarse hacia Hur y el bosque, que también estaban siendo fortificados con fosos y muros de estacas, para resistir mejor allí en caso de necesidad. En el peor de los casos podían replegarse a las cercanas Colinas Grises y escapar. Elmisai había dispuesto todo para vencer al ejército imperial, pero, si las cosas se torcían en el campo de batalla, había preparado una ruta de escape. Todos estuvieron de acuerdo en proceder de ese modo, aunque sabían que el destino de Tancor se decidiría aquel día, y que tenían que vencer.

Pronto llegaron nuevos informes de los exploradores. El ejército imperial había acampado para pasar la noche a medio día de marcha de Hur, pero que habían reanudado su camino antes del alba, y que estimaban que a media tarde podían tenerlos encima.

—¿Estarán listas las fortificaciones para cuando lleguen? —preguntó Elmisai a su jefe de ingenieros.

—Estamos trabajando a buen ritmo, majestad —le dijo—, pero dudo que para esa hora estén listas. Necesitamos algo más de tiempo.

—No lo tenemos. Necesitamos que estén preparadas para cuando lleguen.

—Hacemos lo que podemos. El tiempo no acompaña y el suelo que pisamos se está embarrando; es difícil trabajar en esas condiciones. Necesito más hombres.

—Los tendrás, ahora vuelve al trabajo.

—Tenemos una buena posición defensiva —comentó Dungor—. Creo que debemos estar tranquilos de cara a la batalla. Cuando lleguen estarán cansados tras horas de marcha; nuestros hombres estarán mucho más frescos. Además de que el tiempo es malo: hace frío y llueve, y ellos están a la intemperie, mientras que la mayoría de nosotros estamos a cubierto bajo el techo de Hur. El terreno está húmedo y embarrado por la lluvia, lo que perjudica a su caballería pesada. Esos factores juegan en nuestro favor.

—Tienes razón, amigo, pero es difícil estar tranquilo en vísperas de una batalla, y más aún cuando ésta puede decidir el futuro de Tancor. Hay mucho en juego.

—Nos hemos preparado bien. Venceremos.

Elmisai se acercó a Dungor y le dio una palmada en el hombro.

—Confío en ello. Pero en el mejor de los casos pagaremos un alto precio. Espero que merezca la pena.

—Pronto lo sabremos.

—Sigamos supervisando la construcción de las fortificaciones.


El avance imperial era lento, mucho más lento de lo que le hubiera gustado a Niemrac, pero un ejército del tamaño del suyo no podía ir más rápido a menos que fueran a marchas forzadas, y no quería agotar a sus tropas antes de la batalla contra los rebeldes. Las inclemencias del tiempo no facilitaban el avance. Se movían por campos embarrados sin calzadas de piedra y solo por algunos caminos de arena, que de poco les servían. Los carros que llevaban se atascaban en el fango, ralentizando aún más el avance. Pero todos esos contratiempos eran insignificantes; nada detendría a Niemrac en su afán por acabar con la rebelión. Asestaría un golpe contundente y definitivo matando a su líder, Elmisai, terminando rápidamente con la insurrección. Estaba decidida a ello. Pero no se conformaba con la cabeza del rey rebelde. Quería derrotar también a Arnust de Oncrust y su aprendiz, a los que esperaba encontrar en la batalla.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora