Una noche en el Muro II

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Darwast no fue a acostarse como hubiera sido lo normal a aquellas horas. El cielo estaba completamente oscuro y las nubes tapaban las estrellas.

‹‹La oscuridad nos ayudará a ocultarnos de los ojos de nuestros enemigos —pensó Darwast—. Eso será esencial si queremos tener éxito esta noche.››

Se quedó leyendo a la luz de una vela uno de los volúmenes de Historia de nuestro Imperio, que era el libro del cual se habían hecho más copias en toda la historia de Sharpast. Lo había escrito el historiador oficial de Methren III, un tal Púlquides, que hacía muchos años que había muerto. Cuando era joven, Darwast le había visto más de una vez en la corte; era un hombre mayor, calvo, de barba blanca y muy delgado, pero nunca había conversado con él, ya que había muerto cuando él todavía era muy joven. Su libro contaba los orígenes de la dinastía Omercan y el proceso de construcción y evolución del Imperio; el libro vanagloriaba a toda la dinastía de Sharpast, desde el primero de los Omercan, Sharpast I, hasta Methren III. Púlquides había dejado su obra inacabada puesto que pensaba proseguirla con el siguiente Omercan, Mulkrod, pero los dioses no le hicieron el favor de alargar más su vida para que pudiera terminarla. No obstante, lo que a Darwast le interesaba de aquel extenso libro eran los volúmenes que hablaban de las conquistas y las guerras del Imperio, en especial las detalladas narraciones de los asedios a grandes ciudades y fortalezas.

‹‹Toda la información sobre las guerras del pasado está aquí, todo sobre los grandes asedios de nuestra historia, todo lo que un buen general debe conocer.››

Darwast ya se había leído los seis volúmenes que componían la obra de Púlquides; le había sido muy útil durante la campaña de Sinarold y ahora podía serlo también para la campaña en Lindium. Necesitaba refrescar su memoria para ilustrarse sobre algunos de los asedios de la antigüedad, en especial los que habían sido más complicados, como lo era aquel asedio que él debía poner en práctica. Uno de los sitios más enrevesados que habían sufrido las fuerzas imperiales en su historia había sido el de Akrisgriel, en Farlindor. Sus defensores resistieron durante ocho meses el cerco del ejército imperial, resistiendo una a una todas las embestidas. Lo único que consiguió quebrar las defensas de la ciudad y el ímpetu de sus ciudadanos fue la traición. El emperador Wurkham I tuvo que sobornar a algunos de los guardias de la ciudad para que le abrieran las puertas. Lo que vino después denigró a Wurkham, el único hijo de Sharpast I que había sobrevivido a la guerra civil, hasta tal punto que su memoria quedó condenada a ojos de la historia. La población de Akrisgriel, indefensa, fue exterminada sin piedad, hasta el último de ellos: hombres, mujeres y niños, y la ciudad fue destruida y arrasada hasta los cimientos. Darwast había visitado con anterioridad las ruinas y se quedó asombrado; Akrisgriel había sido una de las ciudades más espléndidas y bellas de la antigüedad según las fuentes, pero los Omercan la habían arrasado por completo y no habían permitido que volviera a reconstruirse, para que todo el mundo supiera siempre lo que les sucedería a aquellos que osaran resistirse al Imperio, un imperio que por aquellos años aún no era ni una sombra de lo que era en aquel momento, pero aun así era un enemigo temible, como demostró en las siguientes guerras.

Darwast había leído mucho sobre asedios y sobre la poliorcética; le interesaba mucho el tema desde muy joven, pero, cuando Mulkrod le nombró general en jefe del ejército del norte, Darwast comenzó a leer todos los libros de guerras y asedios que conocía, para ilustrarse y adquirir conocimientos que en el futuro le ayudarían.

La campaña en el norte se había desarrollado con éxito, a pesar de haber sufrido muchas pérdidas. Darwast había logrado tomar Beglist en unos días por medio del engaño y la traición, al igual que Wurkham con Akrisgriel cientos de años atrás. En Vendram, en cambio, no fue tan sencilla su sumisión; la resistencia duró más de un mes, pero tras un reñido asedio y sufrir importantes bajas, la capital de Sinarold finalmente sucumbió. Sin embargo, no las tenía todas consigo en el nuevo sitio que tenía entre manos. El Muro de Ulrod no era una fortificación común, sino la mejor fortaleza que había visto nunca, y estaba seguro de que no podría tomarla por medios convencionales. De todos los asedios sobre los que se había informado, el resultado variaba poco: o el sitio se saldaba con un fracaso absoluto a la hora de tomar una fortaleza, salvo raras ocasiones en las que el ataque era un éxito, o el asedio terminaba con la rendición por hambre.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora