Los últimos defensores III

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La batalla había terminado, o al menos ésa era la sensación que tenían, pero todavía quedaban con vida un pequeño grupo de soldados de Vanion encerrados en el castillo. Pronto les llegaría la hora.

Los soldados de Sharpast asaltaban las casas de la fortaleza en busca de algo que saquear, pero no quedaban muchas cosas de valor. Todos los objetos con los que habrían sacado algo de dinero vendiéndolos se los habían llevado de la fortaleza y ni siquiera había prisioneros que vender como esclavos; sólo había varios cientos de muertos y un montón de piedras.

Darwast había entrado en la puerta de Ulrod junto con sus hombres, escoltado por su guardia personal y algunos oficiales de confianza. Para cuando llegó a la parte alta de la fortaleza ya no quedaban defensores con vida y sus hombres se ensañaron con los cadáveres. Ordenó que asaltaran el castillo con el ariete con el que habían roto la puerta sur: que no era más que el tronco de un árbol con una punta de metal. Pronto cientos de soldados se juntaron en las escaleras que daban a la entrada tras el ariete improvisado, que les debía abrir paso a más botín; quizá aún quedara algo que saquear en el castillo. La puerta no tardó en ceder y los soldados imperiales entraron en tropel masacrando a los pocos defensores que quedaban con vida tras la puerta.

—¡Victoria! —dijo Darwast en cuanto entró en el castillo y vio los cadáveres pisoteados de una docena de hombres—. El Muro de Ulrod ya es nuestro. Ésta es una gran victoria moral para nuestra causa y para el Imperio.

—El Emperador estará satisfecho —dijo Werd con una sonrisa maliciosa—. Ha sido una gran victoria. Mulkrod sabrá recompensarnos.

‹‹Cerdo ambicioso —pensó Darwast—. El mérito no es tuyo.››

Darwast se tragó su rabia y sonrió.

—Hoy brindaremos con vino por la victoria —dijo Darwast—. Ojalá tuviéramos vino para todos; nuestros hombres se lo han ganado. Ha sido una batalla dura y un asedio aún más duro.

Darwast recorrió el vestíbulo del castillo y luego se adentró en el salón principal. Había muchas mesas y sillas colocadas para un gran número de comensales.

—La sala es espaciosa. Los soldados que han destacado en combate podrán acompañarnos esta noche en la cena. Que al resto de la tropa se les dé ración doble. Mientras tanto que recojan los cadáveres. Han de ser cremados antes de la noche.

Darwast salió del castillo seguido por sus escoltas y oficiales. Quería observar la ciudad-fortaleza de Ulrod desde las escaleras para tener una buena visión del lugar y admirar la gran hazaña que acababan de lograr. Por doquier había soldados de Sharpast con sus banderas y estandartes. Las calles estaban teñidas de rojo y negro.

‹‹Hemos conquistado la mejor fortaleza de Vanion —pensó Darwast—, el lugar construido por los primeros reyes de Vanion para defender su reino, una fortaleza considerada inexpugnable. Este logro será siempre recordado, y mi nombre no será olvidado. Ha sido una gran hazaña, sin duda, pero no lo habría logrado si el grueso de la guarnición enemiga no se hubiera marchado; el Muro estaba defendido por sólo unos pocos cientos. Pero ahora lo único que importa es el significado simbólico que implica esta victoria.

—Vanion está ya sentenciada —dijo Darwast a todos los que lo acompañaban—. Puede que ese príncipe de Vanion siga resistiendo con los apoyos que aún le quedan, pero no podrá resistir indefinidamente al poder de nuestro Imperio. Pronto le aplastaremos.


Dulbog había oído el ruido de la batalla desde su improvisada celda en el campamento imperial. Había rogado a los dioses por la derrota de los sharpatianos, pero éstos no parecían haberle escuchado en sus plegarias. La batalla había terminado en unas pocas horas y el Muro de Ulrod había caído. Lo sabía por los gritos de alegría de los soldados que se habían quedado en el campamento y por lo que habían comentado los centinelas que le vigilaban. Todo era muy extraño, pero así era; la resistencia en Ulrod había acabado.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora