La segunda batalla de Hur I

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Al alba, los tambores despertaron al ejército de Tancor para que se prepararan para la batalla que se avecinaba. En unas horas empezarían a formar filas en el lugar donde habían decidido plantar cara al enemigo; el mismo lugar donde se habían desplegado el día anterior. Los cocineros hacía ya dos horas que se habían levantado para preparar la inmensa cantidad de comida que aquella mañana iban a ingerir. Los soldados se levantaban de mala gana con el molesto ruido de los tambores, sabiendo que ese podía ser su último día en la tierra de los vivos.

La mañana era gris, como las anteriores. Todo hacía presagiar que llovería durante la batalla. El frío seguía persistiendo; pronto helaría en aquellas tierras y llegarían las primeras nieves.

Elmisai se despertó también con el sonido de los tambores. Había pasado mala noche después de dejar a su hermana. Apenas había podido dormir con la presión y las preocupaciones acumuladas. Pasó largas horas pensando y meditando, revisando hasta el último detalle de su plan, buscando la mejor forma de hacer frente a la batalla más decisiva de su vida. Se levantó muy cansado y con dolor de cabeza.

‹‹¿Estaré hoy a la altura de lo que se espera de mí? —pensó.››

Pronto entraron varios sirvientes con un cuenco de agua para que se lavara y una bandeja con el desayuno. Una vez se hubo lavado y despejado con el agua se sentó en una pequeña mesa junto a la cama donde había dormido y empezó a ingerir la comida sin ganas. No tenía apetito, pero debía estar fuerte si quería estar en buenas condiciones aquel día tan importante. Se sirvió varios huevos duros con sal, pan con mantequilla y queso. Comió todo lo que pudo y comenzó a vestirse. Un sirviente le ayudó a colocarse la armadura y las demás protecciones.

—Que avisen a mis oficiales —dijo Elmisai a los otros sirvientes mientras juntaba los remaches de uno de los guardabrazos—. Los quiero en la sala de reuniones en media hora.

Poco después los oficiales fueron llegando a la que iba a ser la última reunión del consejo del rey antes de la batalla. Todos estaban ya armados y preparados. Sus caras de sueño eran evidentes; pocos habían podido dormir las suficientes horas para estar descansados; ni siquiera Arnust, que tan sereno y tranquilo se había mostrado en horas previas a otras batallas. El mago tenía un rostro cansado y muy serio. Todos sabían lo que se jugaban ese día. Una vez reunidos todos se quedaron en silencio observando al rey, que se había situado frente a ellos, listo para comenzar.

—Amigos, ha llegado la hora de enfrentarnos a nuestro destino y lograr el objetivo que todos deseamos: liberar a nuestro pueblo y recuperar la ansiada independencia por la que tanto hemos luchado y por la que tanto hemos sufrido. Hoy es el día. Confío en que todos estaréis a la altura. Ya hemos luchado juntos y hemos salido victoriosos; hoy volveremos a conseguirlo. Esta noche Tancor volverá a ser libre.

—Estamos listos para cumplir nuestro deber —dijo Turk con seguridad—. Venceremos o moriremos, pero no cederemos.

—La victoria es posible, sin duda —dijo Dungor que, aunque dudaba, no quería transmitir inseguridad entre sus camaradas—, pero no tenemos todo a nuestro favor. Vamos a enfrentarnos a un enemigo implacable. Hemos elegido el terreno y nos hemos preparado bien, pero eso puede no ser suficiente. Sugiero que, si algo va mal, si nuestras líneas comienzan a ceder o algo no va como esperamos, iniciemos una retirada organizada hacia Hur, donde tenemos más posibilidades de resistir y, en el peor de los casos, retroceder a las colinas.

—Confío en que no haya necesidad de recurrir a eso —dijo Elmisai—. Tenemos una posición fuerte. Hoy podemos aniquilar al ejército imperial y dar un golpe de efecto en esta guerra.

—Yo también espero lo mismo, pero en la guerra no siempre sucede lo que uno desea, por eso debemos estar preparados para actuar en caso de necesidad. Y si algo va mal lo más sensato es retirarnos a Hur y luego a las colinas.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora