La segunda batalla de Hur II

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El ejército de Tancor se desplegó en el llano detrás de las fortificaciones que habían construido para proteger a los arqueros de la infantería y caballería imperial. Lo hicieron como el día anterior, en una larga línea frente a la villa de Hur: en los flancos lo hicieron los arqueros, mil quinientos a cada lado; detrás de ellos lo hacían dos mil quinientos infantes que debían proteger a los arqueros de la infantería enemiga en las empalizadas y fosos. En el centro se situó el resto de la infantería, casi tres mil hombres y mujeres bien pertrechados y armados, con la misión de aguantar la embestida imperial mientras los arqueros diezmaban al enemigo. En sus posiciones esperaron pacientemente a que el ejército de Sharpast se presentara en el campo de batalla. En la retaguardia, lejos del frente, se situaba la caballería ligera de Tancor y quinientos infantes de la reserva. Permanecían ocultos en el bosque, a la espera de órdenes, sin poder ver directamente el campo de batalla, salvo por los observadores que debían informar a Dungor de lo que estaba pasando. Desde el lindero del bosque dominaban la casi totalidad del terreno circundante, por lo que podrían ver cualquier maniobra de flanqueo enemiga y reaccionar a tiempo.

Elmisai observaba desde una posición privilegiada en el centro de la formación de Tancor. Ahora se mostraba más relajado; sus nervios se habían calmado gracias a una bebida que Arnust le había ofrecido. Se sentía mucho mejor que horas antes, y aunque estaba algo nervioso, se mantuvo firme y orgulloso sobre su caballo, preparado para afrontar junto a sus compatriotas aquella decisiva jornada.

—Puede que hoy tampoco quieran luchar —dijo un oficial.

—No, vendrán —dijo Elmisai—. Son los primeros interesados en librar esta batalla. Solo tenemos que ser pacientes.

La mañana era fría y húmeda. Las nubes negras en el horizonte amenazaban con tormenta. Los soldados, atenazados por el frío, esperaban inmóviles a que se iniciara el ansiado enfrentamiento. Sus abrigos de piel sobre sus protecciones no eran suficientes para protegerlos del frío casi invernal al que estaban expuestos, pero permanecían en sus puestos listos para resistir todo lo que se les viniera encima. El miedo y el nerviosismo no superaban a la fe depositada en su rey, en la causa y en las ansias de libertad en sus corazones.

No esperaron mucho tiempo. Enseguida comenzaron a escuchar los tambores de guerra imperiales y vieron cómo el ejército enemigo abandonaba lentamente su campamento para iniciar el despliegue frente a las tropas de Tancor. Avanzaban perfectamente sincronizados con el sonido de los tambores, con disciplina absoluta. Tardaron largos minutos en recorrer la distancia que les llevaba al campo de batalla, tiempo en el que los tancorianos aprovecharon para observar bien el tamaño de las fuerzas enemigas, y quedar asombrados por el perfecto orden que aparentaba aquel ejército profesional.

Se detuvieron a una distancia prudencial, muy lejos de las flechas de Tancor, formando tres inmensas líneas en el llano, adoptando la formación tradicional imperial para una batalla: en la primera línea los vegtenos, que iniciarían el ataque, luego los mercenarios, que los relevarían para desgastar más al enemigo, y por último los sharpatianos, que debían dar el golpe de gracia al ejército rebelde. La caballería imperial no estaba desplegada en el llano.

—Los jinetes enemigos no están a la vista —comentó Halon, atento al despliegue enemigo.

Elmisai, que estaba cerca del aprendiz de mago, le escuchó:

—Era de esperar —dijo Elmisai—. Me hubiera extrañado un ataque directo de sus jinetes. En campo abierto y sin las estacas y fosos sería lo normal, pero con las defensas que hemos preparado y nuestros arqueros es una locura.

—Imagino que nos están flanqueando ahora mismo —dijo Arnust.

—Seguramente, tal y como habíamos predicho —dijo Elmisai—. Esperemos que Dungor esté a la altura de la difícil labor que tiene por delante.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora