Días funestos I

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Lasgord, capital de Vanion.

Con el nuevo amanecer el sol resurgía lentamente sobre las nubes en Lasgord. Era una mañana agradable para ser otoño; el viento agitaba levemente las miles de hojas secas que se habían caído de los árboles cercanos que había junto a la orilla de los ríos, y la sensación de frío ambiental era escasa.

Un emisario imperial a caballo llegó inesperadamente a la puerta norte poco después del último turno de guardia de la noche; llevaba un estandarte negro y rojo con el emblema de Sharpast y una bandera blanca; se situó a pocos pasos de distancia. Estaba a tiro de los arqueros, pero nadie iba a disparar a un emisario con bandera blanca. Al detenerse el jinete sacó un pergamino de su bolsillo, lo desenrolló y comenzó a leerlo en voz alta para hacerse oír entre los vigías y todos los que estuvieran cerca.

—Su majestad imperial, el soberano de las tierras del este, Señor de Sharpast, rey de Farlindor, de Tancor y de todo Sinarold, Señor de Ibahim y de Olkros, y Emperador de las tierras orientales, el poderoso Mulkrod, el primero de su nombre, pide la rendición de la ciudad en el plazo de tres días; a cambio, el Emperador se mostrará clemente y perdonará a toda persona que esté tras sus muros, se respetarán sus viviendas, sus propiedades y posesiones. Jurad lealtad al Emperador y seréis de inmediato súbditos imperiales, y gozaréis de la protección del Emperador y de su imbatible ejército. Ya no tendréis nada que temer. De no aceptar la generosa propuesta de mi Señor, la ciudad será tomada y todo aquel que se encuentre dentro de sus muros será masacrado o esclavizado. No habrá piedad. Aceptad la oferta del Emperador y no habrá represalias de ningún tipo; rechazadlas y el fin estará cercano.

Las voces desde fuera de la muralla por parte del emisario atrajeron a una gran multitud de soldados y civiles que comenzaron a agolparse poco a poco en las almenas para escuchar lo que el emisario imperial estaba diciendo. Una vez terminó de leer lo que ponía en el pergamino, el emisario volvió a empezar:

—Su majestad imperial, el soberano de las tierras del este...

El emisario leyó el contenido del pergamino una y otra vez hasta que pasó una hora; tenía que conseguir que el mayor número de personas escucharan lo que decía para que después el contenido del mensaje dado por el Emperador fuera conocido por toda persona que estuviera refugiada tras los muros de Lasgord.

Gwizor no escuchó directamente el mensaje, pero algunos de sus hombres se lo resumieron. Aquello era una hábil maniobra de Mulkrod. Quería crear duda y disensión entre los soldados y las gentes de Lasgord. Por su parte, Gwizor tenía ya muy claro lo que iba a hacer, pero no podía hacerlo solo; por ello, esa misma noche, se reunió en secreto con sus hombres de mayor confianza y los hombres ligados a su familia por parentesco, amistad y clientela, un puñado de capitanes y otros oficiales; muchos de ellos eran amigos o conocidos suyos y de su familia, algunos eran pequeños señores a su servicio y otros pertenecían a familias ricas que estaban ligadas a la suya. De cara al exterior podía parecer una reunión convencional, una más a la que acudir para debatir asuntos de la defensa de la ciudad, pero no lo era. Gwizor había convocado a sus hombres para hacerles saber qué era lo que pretendía hacer y, al mismo tiempo, para averiguar qué era lo que pensaban ellos al respecto. Necesitaba su apoyo, sólo así podría actuar. Había más de una veintena de hombres a los que debía convencer para que lo apoyaran.

—¿Crees que es prudente decírselo a tantos? —le preguntó Meraxes mientras se dirigían a la habitación—. Cualquiera podría delatarnos o echarse atrás en el último momento.

—He convocado a todos los señores y oficiales que son amigos leales a mi familia. Primero sirvieron a mi padre y ahora me sirven a mí. Muchos son amigos personales, otros son sólo clientes de mi familia, pero todos se han enriquecido a mi costa. Puede que no todos compartan mi punto de vista, pero de lo que estoy seguro es que ninguno me traicionará. Aun así pienso tenerlos a todos vigilados hasta que pasemos a la acción. No me apetece que me corten la cabeza por culpa de un traidor.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora