El camino hacia la victoria o la derrota I

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Nairmar y Malliourn se reunieron a solas en la tienda del heredero al trono de Vanion. Lo hacían con la premisa de afrontar la nueva realidad política y la situación estratégica de las fuerzas leales al príncipe. Muchas cosas habían cambiado en las últimas semanas y no para bien: las tropas imperiales controlaban todo el norte y parte del centro del Reino de Vanion, incluida su capital; los ejércitos de Hanrod y Landor permanecían inmóviles en sus respectivos reinos y nada parecía indicar que fueran a acudir en su ayuda; el oeste de Vanion se hallaba en gran medida desprotegido ante las huestes del Imperio, que podían amenazar esa región y cortar el suministro que recibían desde allí; y, lo peor de todo, se había producido una usurpación liderada por el general Gwizor y secundada por el propio emperador. La situación de Nairmar y sus partidarios se había vuelto muy difícil y había decisiones importantes que tomar para intentar sobreponerse a la adversidad.

—De haber sabido de las intenciones de ese despreciable le habría matado con mis propias manos —dijo Malliourn, en referencia a Gwizor—. Nunca soporté a ese mal nacido, pero nunca llegué a pensar que podía hacer algo semejante: matar a su rey, traicionar a los suyos y luego... usurpar la corona. Merece la más terrible de las muertes. Me gustaría volverme a topar con él para matarlo yo mismo. Sería un gran placer ver cómo la vida se apaga en sus ojos.

—Ése es un placer que me pertenece —dijo Nairmar—. Debo ser yo quien mate a ese traidor; así honraré la memoria de mi padre y mi venganza se verá concluida. Me gustaría que lo capturásemos con vida, pero no sé si llegaremos a tener ocasión, al menos no en nuestra actual situación. No podemos hacer frente a Mulkrod nosotros solos. En una batalla campal seríamos barridos.

—Todavía podemos resistir en las muchas fortalezas que aún controlamos —dijo Malliourn—. El invierno ya está cerca; su ejército no podrá soportar una larga campaña con sus principales líneas de abastecimiento a tanta distancia en medio del invierno. Solo tenemos que aguantar unos meses. Tarde o temprano tendrán que retirarse a Veranion. Puede que dejen un ejército para defender los territorios que ahora dominan, pero entonces podremos expulsarlos más fácilmente.

—Tal vez tengas razón, pero no olvides la campaña de Sinarold. Estuviste allí, viste cómo la conquistaban en pleno invierno. Si por entonces lo consiguieron pueden volver a hacerlo.

—Las condiciones no son las mismas. Nuestro ejército es mayor que el de Sinarold, nosotros tenemos más fortalezas y ciudades bien amuralladas. Podemos vencer.

—Agradezco tus palabras, pero creo que resistiendo solo podemos ganar tiempo, y todo para que nuestro pueblo siga muriendo.

Malliourn le miró extrañado. Nairmar estaba dando por hecho que no había nada que hacer; solo luchar y morir o rendirse.

—¿Quieres claudicar entonces? ¿Quieres entregarte a Mulkrod para ser ejecutado en una plaza pública? ¿Vas a dejar que Gwizor se salga con la suya?

—No, no haré tal cosa. Lucharé hasta la última gota de mi sangre; lo haré aunque sea abandonado por todos. No permitiré que Gwizor mancille el nombre de mi familia usurpando la corona que por justicia me pertenece. Lucharé hasta el final.

—Y yo lo haré a vuestro lado. No pienso venderme a un traidor ni dar de lado todo por lo que he luchado hasta ahora. Os juro que os serviré con lealtad aunque eso signifique mi final.

—Me congratula escuchar esas palabras. Sé que no romperéis ese juramento. Nuestros destinos están ahora ligados.

Nairmar extendió su brazo para sellar el destino de ambos. Malliourn, dispuesto a cumplir su palabra, agarró con fuerza el brazo de Nairmar, que le apretó con el mismo vigor. Los dos se miraron y asintieron satisfechos.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora