El señuelo II

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El clima comenzó a cambiar: los días se volvían fríos y lluviosos, y el viento era cada vez más constante. El tiempo empeoraba para su detrimento, pero era lo normal en esa época del año. El otoño se les echaba encima con crudeza. El camino por la vieja calzada que conectaba Umarnu con Lwigthug se les hizo lento y monótono tras semanas de travesía; los campos y tierras de campiña siempre eran los mismos y rara vez se encontraban con alguna colina, bosque o cualquier otro obstáculo geográfico. El empedrado de la calzada estaba en mal estado, dificultando el tránsito de los carros, que a veces quedaban bloqueados en las piedras y losas que estaban sueltas por toda la vía. Atravesaron algunas villas y pueblos como Anum, donde se les unieron varios cientos de voluntarios, pero eran muchos menos de lo esperado. El miedo imperaba como norma general en toda la región. Sus gentes sabían ya de los estragos del ejército imperial por todo el territorio y temían sus represalias al ayudar a los rebeldes. Al llegar a Cratos, un pequeño pueblo cercano a la calzada que llevaba a Lwigthug, el ejército se detuvo a pasar la noche. Elmisai convocó a su consejo de guerra.

—Estamos perdiendo apoyos en la región —dijo Elmisai, disgustado—. La puta de Zigrug ha hecho bien las cosas en nuestro perjuicio.

—La bruja pagará por sus atrocidades —dijo Elisei—. Sus constantes crímenes no quedarán impunes.

—Está dispuesta a todo con tal de vencernos —siguió Elmisai—. Debemos detenerla cuanto antes.

—Está tratando de atraernos a su terreno —dijo Dungor—. No es prudente que sigamos hacia occidente. Deberíamos desviarnos al sur. Estamos siguiendo una ruta demasiado predecible para nuestros enemigos.

—Cierto es lo que dices, amigo mío —dijo Elmisai—. No estamos muy lejos del área controlada por nuestros enemigos. Sería imprudente aventurarnos por un terreno tan predecible que puede llevarnos a zonas donde podemos ser sorprendidos. No entraremos en las Colinas Grises siguiendo la calzada; no me aventuraré en esa zona. Seguiremos por el sur bordeando las colinas, aunque este camino sea menos transitable.

‹‹Teme repetir los errores del pasado —pensó Elisei—. Me alegra ver que actúa con prudencia.››

—¿Qué hay de Turk y sus hombres? —preguntó Umdor, sabiendo que su compañero de armas hostigaba a las fuerzas enemigas en la medida de lo posible—. Hace semanas que no sabemos nada de ellos. A estas alturas deberían haber contactado con nosotros.

—Quizá no debemos contar con ellos —dijo Dungor—. Han podido caer en una emboscada o haberse dispersado por un enfrentamiento desfavorable. Puede haberles pasado cualquier cosa.

—Doscientos hijos del bosque no desaparecen así por así —dijo Umdor—, y es difícil que ellos hayan sufrido una emboscada. Son expertos en pasar desapercibidos en territorio enemigo. Si algo les hubiera sucedido alguien habría escapado para contárnoslo.

—Confiemos en que estén bien y sigan con su misión —dijo Elisei—. Ya contactarán con nosotros.

—Sea como sea debemos continuar —dijo Elmisai—, y debemos mantener los ojos muy abiertos. Quiero que nuestros exploradores se adentren más aún en el territorio. Si los sharpatianos intentan algo quiero saberlo con mucha antelación. Podéis retiraros.

Arnust salió de la tienda sin hablar con nadie. Él siempre asistía a las reuniones, pero no solía participar demasiado en ellas. Dejaba la materia militar a los demás y sólo intervenía cuando podía ayudar en algo o cuando su voz podía calmar un acalorado debate, pero en aquella ocasión no tenía nada que decir. Se dirigió a su tienda de campaña y se tomó un cuenco con judías del rancho que se repartió esa noche; estaba ya frío, pero a él le deba igual. Se quedó sentado fuera de su tienda a la luz de las estrellas, que se reflejaban bien aquella noche a pesar de las muchas hogueras del campamento. Arnust observaba el firmamento con detenimiento. Siempre le había gustado mirar a las miles de estrellas brillantes bajo el oscuro cielo de la noche y ver más allá de lo que la mirada de los demás seres podía alcanzar, y comprender la inmensidad del universo. Antes de acostarse tres hombres se le acercaron, pero no pudo distinguirlos en la oscuridad. Dos parecían hijos del bosque y el otro un joven desarrapado oculto tras una capucha.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora