El destino de Tancor II

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Campamento imperial a las afueras de Lwigthug.

Niemrac recibió la noticia llena de júbilo. Su plan para atraer a los rebeldes a un lugar propicio para su estilo de lucha había funcionado. El ejército de Tancor salía de su escondrijo directo hacia donde ella quería que se dirigiera: a campo abierto. Todo estaba saliendo según sus planes. Sabía de antemano que Elmisai Atram acudiría en auxilio de su pueblo, y por eso había decidido matar a civiles inocentes. Ahora su ejército se dirigía inevitablemente a una confrontación abierta que pondría fin a la rebelión. Pronto acabaría con los traidores y renegados que habían desafiado al Imperio, con su rey y con el mago que la había humillado: Arnust de Oncrust. Acabaría con todos ellos de una sentada. Solo hacía falta presentar batalla.

—Reunid al ejército —ordenó Niemrac en cuanto supo la noticia—. Partimos en unas horas.

—Necesitaremos más tiempo para reunir las provisiones para el viaje —dijo un oficial.

—Partiremos con las provisiones justas para unos pocos días. No precisamos de más. Debemos partir en unas horas. No podemos dejar que los rebeldes se escapen.

—¿Y el asedio? —preguntó Sura.

—Dejaremos una guarnición de mil hombres que continuará el asedio hasta nuestro regreso —dijo Niemrac—. Tú la comandarás, y te encargarás de suministrarnos provisiones mientras estamos fuera. El resto del ejército vendrá conmigo. Tenemos la posibilidad de acabar con la rebelión en los próximos días o semanas, y vamos a aprovechar la oportunidad.

—Sí, mi señora.

—Iniciad los preparativos —ordenó Niemrac—. Pronto acabaremos con esos traidores.

‹‹Por fin podré vengarme. Esta vez no se me escaparán.››


En el interior de Lwigthug.

Arnol llegó a la muralla tan rápido como pudo. Quería ver con sus propios ojos lo que los centinelas le habían contado. Él era ya un viejo y sus piernas ya no eran las de antes, pero aun así corrió como cuando era joven. Desde una de las torres de la puerta principal confirmó lo que había oído. El ejército imperial se alejaba de los campamentos en varias columnas que fueron formando una larga y gruesa línea en campo abierto. ¿Estaban los sharpatianos abandonando el sitio? Ésa fue la primera reacción de los centinelas, pero Arnol pronto se dio cuenta de que esto no era así. Era verdad que el ejército imperial se marchaba, pero no lo hacía al completo. Dejaban todavía una guarnición distribuida en los diferentes fuertes. El asedio continuaba. ¿Cuántos soldados se quedaban? No podía saberlo, pero estimaba que entre mil y dos mil hombres. Una cantidad suficiente para mantener el sitio, pero eso quizá les daba una oportunidad. ¿Por qué se marchaba el grueso del ejército enemigo? No lo sabía, aunque lo sospechaba. Imaginaba que irían a hacer frente a las fuerzas del rey Elmisai. Eso tenía sentido, pero nada era seguro en aquella guerra.

Observó durante varias horas cómo avanzaba aquel contingente, hasta que desapareció por completo en la lejanía. Entonces decidió reunir al consejo de la ciudad. Tenía un plan que exponer.

—Los imperiales se marchan de nuevo, mis señores —dijo Arnol ante el consejo en pleno—. Dejan ante nosotros una guarnición reducida. Atacaremos esta noche. No desaprovecharemos esta oportunidad.

—¿Cuántos hombres han dejado a nuestras puertas? —preguntó un miembro del consejo.

—Una guarnición reducida. Tenemos fuerza suficiente para vencerlos si conseguimos sorprenderlos —dijo Arnol—. Les atacaremos con todas nuestras fuerzas y liberaremos Lwigthug.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora