Cambio de planes III

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Lasgord, capital de Vanion.

Maorn no terminaba de acostumbrarse a su nueva vida; solo llevaba unos días en la capital de Vanion como parte de la corte de Mulkrod. Aunque había pasado los últimos meses con Marmond y Solrac desde que le capturaran en Zangorohid, su nueva vida se le hacía extraña. Todo había cambiado drásticamente. Ahora convivía con aquellos a los que había combatido no mucho tiempo atrás. A pesar de haber luchado del lado de los enemigos del Imperio, había sido aceptado por su familia paterna y poco a poco empezaba a conocerlos. Había estrechado relación con Marmond, con quien había pasado los últimos meses, hablando en multitud de ocasiones. Durante ese tiempo, Eriel, la hermana mayor del Emperador, le había recibido con los brazos abiertos en la capital del Imperio meses atrás. Ahora Mulkrod parecía haber aceptado su presencia y le daba la bienvenida a la familia.

Sus días en Lasgord estaban siendo aburridos y monótonos. Apenas salía del palacio real y, cuando lo hacía, era acompañado de una escolta de soldados.

—Es para tu protección —le dijeron.

Pero Maorn estaba seguro de que era para que no se escapara o, por lo menos, para mantenerlo vigilado. Aún no confiaban plenamente en él.

Comía siempre con soldados y oficiales del ejército; rara vez le acompañaban Marmond y sus hermanos, que siempre estaban supervisando a las tropas o de maniobras fuera de la ciudad. Al menos tuvo ocasión de conversar con sus otros primos: Mencror y Menkrod. Los dos le trataron con cierta indiferencia, aunque con cortesía. Hablaban entre ellos de su infancia, de mujeres o de campañas militares, pero apenas preguntaban a Maorn sobre su vida. Parecía como si no les importara nada de él. Mencror había intentado olvidar el pasado, pero para él todavía era muy reciente el encuentro con Maorn en las Islas Solitarias, y no mostraba interés en trabar amistad con su primo; y Menkrod todavía recelaba de él. Tan solo Marmond se interesaba por su pasado. Podía considerar que él era lo más parecido a un amigo en las filas imperiales.

‹‹¿Cómo puedo ganarme su confianza? —se preguntaba Maorn—. ¿Qué tengo que hacer para que confíen en mí?››

Una mañana, tras terminar el desayuno que le habían servido en la habitación que le habían asignado, Marmond fue a buscarle.

—¿Has terminado de desayunar? —preguntó Marmond—. ¿Sí? Bien, pues sígueme.

—¿A dónde vamos?

—Mulkrod te ha concedido una audiencia privada.

Maorn se puso nervioso.

—¿A mí? ¿Por qué?

—También eres su primo. Siente curiosidad por ti.

A Maorn le parecía aquello muy misterioso. Que Mulkrod quisiera estar con él a solas le inquietaba.

—Tranquilo, solo desea hablar contigo.

Marmond le acompañó a la sala del trono. Mulkrod esperaba en una sala contigua calentándose en una chimenea junto a Solrac y Reivaj mientras hablaba con el mago.

—Perdonad que os interrumpa —dijo Marmond—, pero traigo a nuestro primo.

—Nunca interrumpes, hermano —dijo Mulkrod—. Bien, salid todos.

Marmond invitó a Maorn a pasar mientras Reivaj y Solrac abandonaban la estancia. El gigante de Ibahim cruzó su mirada con la de Maorn y gruñó antes de pasar de largo.

—Aproxímate —ordenó el Emperador cuando Maorn se detuvo a pocos pasos.

Mulkrod le aproximó una silla de madera y le invitó a sentarse a su lado. Maorn lo hizo y los dos se sentaron frente a frente.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora