El repliegue I

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Habían pasado varias semanas desde que la noticia de la muerte del rey Marnar había llegado a oídos de Nairmar, su único heredero, inundando la fortaleza de habladurías y cuchicheos. El príncipe, decaído y desesperanzado, no había salido casi de su habitación, y tampoco había transmitido órdenes, por lo que las cosas siguieron igual en el Muro de Ulrod. Hernim estaba al mando de la tropa en su ausencia. En los últimos días había poca actividad enemiga frente a la muralla, aunque cada vez llegaban noticias desalentadoras de los exploradores al sur de las Montañas de Heraclion: un pequeño ejército enemigo avanzaba por el sur y avanzadillas enemigas penetraban por las montañas.

‹‹Buscan el camino secreto que conduce a Ulrod —pensaba Hernim—; y me temo que no tardarán en encontrarlo. Entonces quedaremos completamente aislados.››

Cuando supo la noticia dirigió sus pasos al palacio real. Llegó a la habitación del príncipe y entró a pesar de las objeciones del mayordomo, que decía que Nairmar estaba ocupado, pero Hernim no podía perder el tiempo con tonterías; había asuntos acuciantes que tratar. Insistió y el mayordomo se vio obligado a dejarle pasar. Nairmar estaba sólo, sentado en su escritorio, a la luz de las velas, escribiendo con pluma. El príncipe se dio la vuelta y miró a Hernim, pero no dijo nada.

—Alteza, hay problemas que requieren de vuestra inmediata intervención —dijo Hernim—. Soldados imperiales se dirigen al sur de las montañas. Deben de haber averiguado que hay un camino secreto que conduce a nuestra retaguardia.

Nairmar se levantó de la silla y suspiró.

—Si eso es cierto debemos abandonar Ulrod antes de que sea demasiado tarde —dijo Nairmar—. Si nos cortan la retirada quedaremos aquí aislados mientras el reino se desintegra. Debo partir y reunirme con Malliourn. Ulrod ya está perdido.

—Dejadme al mando de la fortaleza y defenderé el Muro indefinidamente.

—No, nos iremos todos; no quedará nadie. Necesito hasta el último hombre para seguir la lucha contra Mulkrod y contra el traidor de Gwizor, y te necesito a ti.

‹‹Perder Ulrod sería un desastre —pensó Hernim—. Debo convencerle para que me deje al mando de una guarnición. Yo podré continuar con la resistencia y Nairmar podrá reunirse con Malliourn para seguir con la guerra y mantener al reino unido.››

—Aún podemos preservar Ulrod; yo lo defenderé. No necesito muchos hombres. Con quinientos podré aguantar indefinidamente y repeler los asaltos del enemigo.

‹‹O al menos desgastarlos al máximo posible. Con quinientos hombres no sé si podré aguantar todas sus embestidas; pero ceder Ulrod sin luchar es inaceptable.››

—No puedo permitirme perder quinientos hombres —dijo Nairmar.

—Entonces dejadme al mando de la mitad —dijo Hernim.

—Con la mitad de hombres os aplastarán al primer asalto.

—Puede ser, pero si no averiguan que el grueso de nuestra fuerza ha abandonado la fortaleza, quizás sigan sin atreverse a atacar creyendo que somos muchos más. Aun así, aunque ataquen, puedo hacerles mucho daño; perderán cientos o miles de hombres en el intento.

—No, no dejaré que te sacrifiques para nada. Debes venir conmigo y ayudarme en esta guerra.

—Os ayudaré, pero reteniendo a miles de hombres en el Muro de Ulrod.

—¡Harás lo que te ordene! —dijo Nairmar, irritado—. Dejaremos la fortaleza esta misma noche. Ocúpate de organizarlo todo.

Hernim, sabiendo que de nada servía seguir insistiendo, asintió y se fue.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora