El señuelo V

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Umdor trató de agrupar a todos los tancorianos que pudo, creando una línea defensiva que estaba cubierta en los flancos por dos edificios, lo que les permitía defenderse únicamente de los enemigos que se acercaban por delante y por detrás. Las flechas seguían cayendo sobre sus cabezas, pero éstas escaseaban; los arqueros ya no hacían puntería con ellos por temor a herir a los compañeros que luchaban cuerpo a cuerpo.

—¡Manteneos unidos! ¡No desfallezcáis! —decía Umdor, tratando de insuflar valor a los suyos—. ¡Luchad por Elmisai! ¡Luchad por Tancor! ¡Hasta la muerte!

Umdor aún pudo hacer uso de su arco; sus hombres le dieron espacio suficiente y, entre los huecos de la vanguardia, lanzó varias flechas, abatiendo a dos sharpatianos, aunque supo que ninguno de sus disparos sería mortal para sus víctimas. Estaba sacando otra flecha del carcaj cuando una lanza atravesó la garganta del miliciano que tenía delante, dejándole al descubierto. El sharpatiano que había abatido al miliciano tuvo que soltar su lanza y desenvainó la espada, dirigiéndola hacia Umdor, pero éste ya tenía el arco tensado con una flecha lista para lanzarla. Antes de que el sharpatiano se le acercara, Umdor soltó la cuerda tensada, cuya flecha recorrió solo unos pocos metros e impactó en el cráneo de su objetivo, pero penetró sólo unos pocos centímetros. El sharpatiano empezó a tocarse la frente sin saber qué hacer al sentir que tenía una flecha allí clavada, entonces alguien le empujó y éste cayó al suelo, lo que hizo que la punta metálica de la flecha penetrara hasta el otro lado del cráneo, matándolo en el acto.

Umdor ya había arrojado su arco al suelo y, antes de que alguien le volviera a atacar y ya no pudiera defenderse, desenvainó su espada para luchar cuerpo a cuerpo. Atacó con rapidez intentando sorprender al enemigo que tenía delante, rajándole el torso; después le dio una patada para poder alejarlo y seguir combatiendo. Otro imperial se le echó encima, y se agarraron mutuamente de las manos que sujetaban la espada de uno y otro, forcejeando. Umdor soltó la espada, que cayó a sus pies, distrayendo por un momento a su contrincante, momento que aprovechó Umdor para golpear su cabeza contra la suya. El impacto le magulló, pero causó mucho más daño a su oponente, que se llevó las manos a la cabeza dolorido, un error fatal que aprovechó Umdor para sacar rápidamente su daga del cinto, incrustándoselo en el cuello. Instantes después, Umdor cogió su espada del suelo y se retiró antes de que alguien más le atacara, pero la lucha se había detenido por momentos. Los soldados imperiales dejaban de atacarles y retrocedían varios pasos, dejándoles un espacio de maniobra mucho mayor.

‹‹¿Qué hacen? ¿Por qué no atacan? —se preguntó Umdor—. Ya nos tienen los muy hijos de puta. ¿A qué esperan?››

Umdor giró su cabeza y miró a su alrededor. Quedaban muy pocos tancorianos en esa parte de la villa; poco más de cincuenta en disposición de proseguir la lucha. El suelo estaba lleno de cadáveres y heridos moribundos, astas de flechas, restos de jabalinas y mucha sangre.

‹‹Joder. Estoy en los últimos momentos de mi vida y no sé qué coño pensar... Bueno... Ya pensaré algo cuando esté al otro lado, si es que mi culo no acaba en el jodido infierno. Sí, es allí a donde sin duda me dirigiré cuando uno de esos indeseables acabe con mi vida.››

Los tancorianos miraban al enemigo asustados, con caras pálidas, muchas de ellas manchadas de sangre, algunas miradas de odio, otras de miedo y sólo unas pocas de indiferencia.

‹‹No es fácil aceptar la muerte.››

Varios jinetes se acercaron a ellos. Los soldados de Sharpast abrieron filas y los dejaron pasar. Umdor dedujo que eran oficiales. Entre ellos distinguió a una mujer con una armadura negra, pelo corto y canoso y arrugas en el rostro.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora