La segunda batalla de Hur VIII

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Niemrac se había ocultado en el bosque, acechando en silencio al grupo que debía de estar escoltando al rey de Tancor. Había pensado en hacer frente ella sola a aquellos cien hombres para intentar atentar contra la vida de Elmisai, pero, por muy poderosa que fuera, ella sola no podía salir airosa frente a Arnust y unos cien hombres armados. Quizá pudiera sorprenderlos y matar a Elmisai antes de que reaccionaran, pero desde donde se encontraba ni siquiera lo tenía a la vista. Los observaba en la lejanía, en lo alto de un árbol, sobre una rama gruesa. Ella sola no se veía capaz; necesitaría un pequeño contingente de apoyo. Dejó que entraran en la villa y se dirigió presta a su interior, donde pronto localizó a la pequeña fuerza de Uncas, que se había replegado a las afueras de Hur tras horas de infructuosa lucha. Sus soldados la observaron estupefactos. Su repentina aparición era inesperada, pero era bienvenida en aquel caos. Todos sabían de su poder, y si lo usaba contra los defensores de Hur quizá pudieran socavar al enemigo. Uncas la recibió confuso y asustado. Temía la ira de aquella hechicera al haber fracasado a la hora de atacar la retaguardia enemiga.

—Prepara a tus hombres para el ataque —exigió Niemrac, sin perder el tiempo con reprimendas. Ya no importaba que no se hubieran conseguido los objetivos tácticos. Ahora tenía otras prioridades.

—Pero, mi señora, ¿y el resto del ejército? —preguntó Uncas—. ¿Qué sucede en el frente?

—El enemigo cederá pronto —mintió—, pero el rey rebelde se ha refugiado aquí. Tenemos que matarlo antes de que escape. Ahora prepara a mis soldados para el ataque. Yo los lideraré.

—Como ordenéis.

Uncas comenzó los preparativos para un nuevo asalto. Sus hombres estaban cansados y habían sufrido muchas bajas, pero ahora Niemrac se hallaba entre ellos, lo que les dio la moral suficiente para reanudar la lucha. En pocos minutos quinientos soldados imperiales penetraron en los suburbios de Hur en un nuevo intento de tomar la plaza; sería un ataque rápido y contundente, pero esta vez sería bajo su mando personal. Se movieron con presteza por la calle principal siguiendo a la hechicera. Nada más producirse el ataque, los arqueros rebeldes apostados en las casas a ambos lados de la calle principal dieron la alarma y se prepararon, una vez más, para defender la plaza. De nuevo decenas de flechas cayeron sobre los atacantes, pero esta vez todos los proyectiles erraron sus objetivos. Una especie de campo de fuerza invisible hacía que las flechas se desviaran en todas las direcciones, lo que permitía a los soldados de Sharpast avanzar con comodidad. Por mucho que los arqueros dispararan no había forma de penetrar aquel escudo invisible.

Llegaron a la barricada que les impedía acceder a la plaza, donde una multitud importante de rebeldes se había agrupado para defenderla y contener el nuevo asalto. Desde allí los arqueros disparaban en vano contra los atacantes. Antes de que los sharpatianos entraran en contacto con la barricada, Niemrac, que se encontraba en primera línea, agitó con todas sus fuerzas su vara, apuntando hacia la barrera, que saltó por los aires con un gran estruendo, llevándose consigo a todo rebelde que allí había, esparciéndose por todas partes restos de madera y hierro. En un momento la bruja había abierto una brecha en las defensas de la plaza, lo que permitió a los soldados de Sharpast asaltarla.

‹‹Ya eres mío, Elmisai —pensó Niemrac—. Ahora ni Arnust ni nadie me impedirán llegar hasta a ti.››


Los soldados de Tancor atrincherados en la plaza se quedaron sobrecogidos y confusos al ver desaparecer en cuestión de segundos la barricada que bloqueaba la entrada norte a la plaza de Hur. Docenas de hombres habían salido disparados en multitud de direcciones, cayendo contra el suelo y sobre los tejados. Muchos de ellos, aturdidos o heridos, dejaron de estar en condiciones de luchar. Con el camino abierto cientos de soldados imperiales se abalanzaron sobre los impactados rebeldes; muchos retrocedieron de forma instintiva.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora