El repliegue II

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Campamento del ejército de Vanion en el Río Aguas Blancas.

Malliourn se despertó, como todas las mañanas, con las primeras luces del alba. Salió de su tienda a estirar las piernas y a ver el panorama, que era el mismo de siempre: un extenso campamento lleno de tiendas de campaña en el que los estandartes de Vanion ondeaban al viento y las panoplias de los soldados se exhibían orgullosas esperando para armar a sus dueños en cuanto despertaran. El silencio y la soledad parecían albergarlo todo; sólo el canto de los pájaros y el ruido del agua descendiendo por el cercano río enturbiaban el ambiente, pero era un sonido relajador. Su escudero no se había despertado para variar. Fue a su cercana tienda y le sacudió desde su catre con una pierna.

—Tráeme el desayuno —le ordenó, sin miramientos.

Su escudero, adormilado, le miró con mala cara, pero pronto comprendió que tenía que obedecer presto. Se quitó las legañas rápidamente, se puso el calzado y partió corriendo a las cocinas.

‹‹A mí también me gustaría dormirme unas horas más —pensó Malliourn—, pero el deber de un general es más importante.››

Tener un escudero para sí era algo que le incomodaba; estaba acostumbrado a hacerlo todo él mismo, como un soldado más que tenía que limpiar y dar de comer a su caballo, afilar sus armas, mantener limpia su armadura, lavar su ropa, montar la tienda de campaña, acarrear toda la panoplia, etc. Le molestaba que su escudero tuviera que hacer todas esas cosas, pero ahora que tenía un cargo tan importante no podía perder el tiempo con esas cosas. Podía incluso haber tenido más sirvientes a su cargo, pero desde el principio se había negado. Un escudero era más que suficiente.

Malliourn regresó a su tienda y se lavó la cara con el agua del cuenco del día anterior. Se ciñó la cota de malla al pecho y se puso las grebas y brazaletes. Su escudero acudió minutos después. Trajo consigo un cuenco de gachas, pan y una manzana.

—Ayúdame a ponerme la armadura.

Su escudero le alcanzó la coraza y se la colocó por los dos lados, uniendo los ganchos y tuercas uno a uno. Después le ató el cinto con su espada a la cintura.

—Retírate. No te necesitaré de momento.

Malliourn devoró las gachas, se tomó la mitad del pan y, por último, se comió la manzana con la piel incluida. Después salió de la tienda. Una trompeta sonó poco después.

‹‹La hora del rancho.››

Los soldados se levantaban todas las mañanas al oír aquel sonido. La guarnición despertaba de su letargo y se ponía a funcionar. Malliourn dio una vuelta por el campamento para así ver cómo sus hombres se levantaban, salían de sus tiendas y acudían a por su ración de gachas matutinas, para luego pasar a ejercitarse, mantener sus equipos en buen estado y llevar a cabo las maniobras programadas para aquel día. Por el camino siempre se detenía a hablar con varios oficiales, saludaba a algunos de los soldados y seguía su camino. Cuando regresó a su tienda, Darm estaba en ella, esperándole.

—Hay movimientos imperiales en el Río Limas —dijo Darm sin esperar a que dijera nada.

—¿Renion ha caído? —preguntó Malliourn, preocupado.

—Digamos que sí. La guarnición les abrió la puerta de la ciudad hace algunos días.

—¿Y las tropas que enviamos?

—Llegaron a Renion, pero la guarnición no les abrió las puertas. Tuvieron que volver deprisa y corriendo al Río Limas para no ser atacados.

Malliourn asimiló aquellas palabras con rapidez. Ya sabía que aquello podía suceder.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora