Tretas y asedio III

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En el Muro de Ulrod.

Nairmar observó una vez más el horizonte. Por doquier se veían estandartes y banderas imperiales ondeando al viento; las torres de asedio se encontraban erguidas frente al muro, a cientos de pasos de donde se encontraba. Parecían pequeñas figuras en un tablero debido a la lejanía, pero realmente tenían un tamaño enorme. Había doce de ellas dispuestas en dos líneas, seis listas para avanzar y las otras seis en reserva, por si alguna resultaba destruida o dañada.

‹‹Los sharpatianos juegan a lo seguro —pensó Nairmar—. Prefieren asegurar sus bazas.››

Las demás máquinas de asedio se encontraban en línea tras las torres, listas para abrir fuego y desatar un infierno sobre ellos con el fin de causar el mayor daño posible; las balistas, catapultas y escorpiones se encontraban colocados según su alcance y potencia de disparo; había tantas armas de asedio que a Nairmar le costaba contarlas. Intercalados entre las torres y las máquinas se encontraba el gigantesco enjambre negro que ocupaba casi toda la llanura, una verdadera marea de soldados enemigos dispuestos a lanzarse sobre la muralla. Era un espectáculo sobrecogedor, parecido al que Nairmar había visto en el Llano de Goldur. En aquella ocasión, al igual que en ese momento, él tenía el mando total del ejército; de él dependía la vida de miles de hombres y esperaba que, al igual que en Goldur, lograran sobrevivir la mayor parte de ellos, pues eso significaría que el enemigo habría fracasado en su empeño de conquistar la fortaleza.

Había pasado ya más de una semana desde que las tropas de Sharpast llevaran a cabo la intentona por la noche, logrando sorprenderlos a medias, pero no volverían a hacerlo ahora que estaban prevenidos.

‹‹Esta ocasión será lo más cerca que estarán de tomar el Muro de Ulrod —se juró a sí mismo tras la breve lucha nocturna—. Resistiremos cualquier otra embestida.››

La misma noche del ataque nocturno, Nairmar escribió dos cartas relatando lo que había ocurrido, una para Malliourn, que se encontraba atrincherado con el grueso del ejército tras los ríos Limas y Aguas Blancas, y otra para informar a su padre en Lasgord antes de que fuera demasiado tarde y quedaran incomunicados. La segunda carta se la había entregado a Leinad, el hermano de Nerma para que le mantuviera al corriente de lo que sucedía en Lasgord y en especial para controlar a Gwizor. El general se había mostrado contrario a su plan de defensa y había actuado más como un rival que como un compañero de armas, tanto en la campaña de Veranion como durante los preparativos previos a la invasión imperial en Vanion. Leinad le había servido bien como explorador y como enlace durante la campaña, y estaba deseoso por cumplir la misión que le había encomendado, a pesar de las reticencias de su hermana. Nerma no quería que le pasara nada a su joven hermano, y el hecho de que él partiera lejos en aquellos tiempos en los que la guerra había llegado a Vanion, la asustaba. Temía por su vida. Nairmar no cedió ante la petición de Nerma de impedir que su hermano se fuera, y dejó la decisión de partir en manos de Leinad, que aceptó sin dudar, deseoso de ayudar y de sentirse importante. Nairmar había sido muy generoso con él y su familia, devolviéndoles las tierras que un día fueron de su padre; apenas eran un pequeño puñado de tierras de cultivo y un par de aldeas que casi no daban beneficios, pero volvían a pertenecer a su familia. Leinad partió esa noche por la entrada secreta que había tras el castillo alto; allí había un paso natural que atravesaba las montañas y llevaba al Bosque de Ingor. Era un sendero secreto por el que recibían suministros casi diarios, por el que iban y venían mensajeros, e incluso, de ser necesario, por donde podían recibir refuerzos, aunque Nairmar sabía que tenían hombres más que suficientes para defender la fortaleza con garantías y, en caso de hecatombe, siempre podían usar ese paso para escapar del Muro, pero eso era algo que no contemplaba. La entrada estaba tapiada con un alto muro de piedra que protegería la entrada en el caso de que se descubriera el paso secreto y atacaran por allí. Por el momento, el enemigo no conocía la existencia del sendero secreto, pero podían averiguar su paradero y entonces mandarían exploradores a las montañas para encontrarlo; por ello, Nairmar había mandado batidas a la montaña y al bosque para que acabaran con cualquier explorador enemigo con el que se encontraran y, en el caso de toparse con tropas numerosas, volver e informar. Nairmar sabía que la clave de la victoria residía, no sólo en que el muro de la fortaleza resistiera, sino también en que mantuvieran abierto el sendero secreto, por eso no podían permitirse que lo descubrieran.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora