La segunda batalla de Hur VI

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La caballería de Tancor cruzó lo que restaba de bosque con precaución. De la nada podían aparecer los jinetes imperiales en un intento desesperado de sorprenderlos; por ello en vanguardia iba un pequeño contingente de exploración que debía comprobar que el recorrido estaba libre de peligro. Por el camino se encontraron con varios grupos de arqueros aliados que se habían dispersado después de la escaramuza; se les unieron y les contaron que los jinetes del Imperio se habían refugiado en Hur. Todo estaba tranquilo en el bosque. Pronto llegaron al lindero sur y vieron de nuevo la villa. Podían oír perfectamente el sonido del combate.

—Hemos llegado a tiempo, muchachos —dijo Dungor, aliviado—. ¡Adelante! ¡Ayudemos a los nuestros!

Avanzaron al trote listos para entrar en combate, subiendo el pequeño cerro que distaba entre el bosque y la villa. Nadie los recibió. Nada más llegar a los suburbios vieron a los primeros soldados imperiales que, al verlos venir, huían hacia el interior de Hur. Cargaron hacia ellos, pero Dungor ordenó detener el ataque antes del choque. Las barricadas que los tancorianos habían levantado en las calles dificultaban su avance y los soldados imperiales empezaban a concentrarse para repeler su ataque con sus escudos y lanzas.

‹‹Por aquí no vamos a poder avanzar —pensó Dungor—. Debemos buscar una ruta alternativa.››

Los jinetes de Tancor se dividieron en varios grupos para atacar por varios puntos. Dieron un rodeo por calles menos transitadas en los flancos, donde los rebeldes no habían tenido tiempo para levantar barricadas y donde los soldados imperiales escaseaban. Se movían prestos entre las casas hacia el epicentro de la batalla.

Los cada vez más escasos infantes de Tancor en Hur se habían hecho fuertes en la plaza principal de la villa, donde habían levantado las últimas barricadas y donde se batían a muerte con los más numerosos soldados del Imperio. Los arqueros, desde los tejados, habían visto a la caballería imperial acercándose por los flancos, dando la alarma, lo que dio tiempo a los defensores a fortificar todos los accesos a la plaza para cortarles el paso y obligarles a luchar en calles estrechas donde los caballos perdían la ventaja táctica; pero, aunque de momento habían detenido el ataque de los jinetes imperiales en retaguardia, los tancorianos de Hur empezaban a estar completamente desbordados. La situación era cada vez más desesperada.

Las fuerzas de Sharpast estaban tomando el control de buena parte de la villa, pero aún quedaban muchos núcleos de resistencia por diferentes puntos; la mayoría de ellos eran arqueros que habían quedado aislados, pero que seguían hostigando y causando bajas al enemigo. Todos luchaban desesperadamente, sabiendo que su única forma de sobrevivir era resistir, pues ya no había forma de escapar. Esperaban aguantar lo suficiente para que llegaran refuerzos que revirtieran la situación.

—¡Vienen más jinetes! —gritó alguien.

—¡No podremos contenerlos! —dijo otro.

Los oficiales intentaban animar a sus hombres y que éstos se mantuvieran firmes en sus puestos, pero estaban al límite de fuerzas y cada vez llegaban más combatientes enemigos. La desesperanza se apoderó de sus corazones. Veían el final cercano.

Dungor cabalgó con ímpetu liderando una columna de jinetes. A su paso habían derribado a varios soldados imperiales desperdigados, que los caballos pisotearon hasta matarlos. Todos los enemigos que encontraban a su paso intentaban huir de ellos o se apartaban para no ser aplastados. Había poca resistencia en esa zona; pero la batalla real se estaba librando en la plaza principal de Hur. Llegaron a uno de los accesos a la plaza, donde un grupo de jinetes imperiales estaba combatiendo contra unos pocos tancorianos sobre unas barricadas improvisadas. La mayor parte habían desmontado para combatir a pie.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora