El contraataque de Tancor I

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Inicios de febrero

El ejército de Tancor había partido de Lwigthug dos semanas atrás para aprovechar la ventaja estratégica que habían logrado tras su victoria en Hur frente a las huestes de la bruja Niemrac. Aunque las fuerzas del rey Elmisai habían quedado mermadas tras la cruenta batalla, apenas recuperadas con los refuerzos de la milicia de Lwigthug, decidieron aprovechar el momento de debilidad de Sharpast para continuar con la campaña de liberación. Esperaban que pronto todas las regiones del centro y sur de Tancor se unieran a la rebelión.

Se dirigían a Rognor, la capital administrativa del Imperio en Tancor. Su conquista sería un golpe demoledor para los partidarios de Sharpast en la región; luego podrían ampliar aún más los horizontes en las tierras del sur.

Tras iniciar su marcha, habían dejado en Lwigthug a un pequeño contingente dirigido por el comandante Arnol, que había asumido la tarea de crear nuevas levas y obtener suministros para el ejército.

La nieve y el frío enturbiaron el camino, pero eso no enfrió sus ánimos y continuaron con la moral alta. Cruzaron el Río Nares hasta la orilla sur por el Bosque Sinuoso, y avanzaron siguiendo el río hacia el este, pasando por las poblaciones que se encontraban junto al río, donde los recibieron con gritos de júbilo.

A los pocos días de dejar el bosque hallaron Rognor entre los ríos Nares y Rados. Esperaban una conquista fácil y rápida, sin encontrar ningún tipo de resistencia real de cualquier fuerza imperial, pero cuando llegaron vieron lo equivocados que estaban. La caballería de vanguardia comunicó que los accesos de los ríos habían sido cerrados y la parte de la ciudad rodeada de tierra estaba protegida por una empalizada y un foso.

La guarnición de Rognor iba a oponer resistencia y no cederían la ciudad sin lucha. No había forma de saber cuántos hombres la guarecían, pero el hecho de que hubieran levantado empalizadas no presagiaba nada bueno.

Ese día acamparon en la orilla sur del Río Nares, a las afueras de Rognor. Elmisai necesitaba meditar si atacar la ciudad o iniciar el asedio. El rey en persona, junto a algunos oficiales, examinó las defensas de la urbe por todos sus lados, buscando posibles puntos débiles por los que centrar el ataque. Lo que vieron les llamó la atención: las empalizadas estaban protegiendo únicamente los accesos a la ciudad, aprovechando los muros de las casas como muralla, que en sí ya formaban una barrera imponente. Los puentes de acceso a la ciudad desde los ríos habían sido destruidos en parte, para dificultar el ataque por el norte y el este, salvo dos puentes, que habían sido bloqueados con barricadas. Las defensas que habían levantado no eran impresionantes, pero bastaban para contener a su pequeña fuerza que, sin equipo de asedio, tendría muchos problemas para superarlas. Elmisai ordenó preparar escaleras para poder trepar por las empalizadas y llegar al otro lado en caso de que decidiera atacar.

Elmisai acudió hacia las empalizadas ondeando una bandera blanca con una numerosa escolta para tratar de negociar la rendición de la guarnición. No mucho después un grupo igual de numeroso salió de las empalizadas de la ciudad. Los líderes de los dos ejércitos se distanciaron de sus escoltas y en tierra de nadie se dispusieron a parlamentar.

—¿Y bien? ¿Venís a negociar vuestra rendición? —preguntó Ryk, mostrándose desinteresado.

—Estáis rodeados por mi ejército —dijo Elmisai—, vuestros compatriotas han sido masacrados en Hur, junto con su líder, apenas tenéis hombres y no vais a recibir ayuda de nadie. ¿Por qué no hacéis esto fácil y rendís la ciudad? Juro por los dioses del Bosque que respetaremos las vidas de vuestros hombres.

—Ningún soldado bajo mi mando va a rendirse en ningún momento, así que, ¿por qué no intentáis echarnos de aquí? Os estaremos esperando.

—No tenéis ninguna posibilidad de vencer. Guárdate tu orgullo, sharpatiano, y acepta la realidad. Todavía puedes salvar a tus hombres.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora