Un amargo despertar I

703 89 0
                                    

Finales de octubre. Prados de Alanbur, al norte de Tancor.

Elisei no partió con el grueso del ejército de Tancor hacia Nair Calas a la mañana siguiente a la batalla. Umdor y Turk marcharon con las tropas que estaban en mejores condiciones para la lucha con el objetivo de defender la capital de la posible agresión del ejército imperial que venía hacia ellos. Se llevaron consigo a los presos supervivientes, que debían ser encerrados en las cárceles de Nair Calas a la espera del veredicto del rey. Aún disponían de tiempo: una semana, quizá un poco más, antes de que volvieran a enfrentarse a un ejército imperial, aunque esta vez más numeroso y, posiblemente, más preparado que el contingente que habían derrotado; pero hasta entonces Elisei debía ocuparse de los heridos que tenían en el campamento, de los muchos cadáveres esparcidos entre el bosque y la colina donde se había desarrollado la batalla y de todas las armas y armaduras que los cuerpos sin vida del enemigo proporcionarían a los arsenales del ejército de Tancor.

Desde el momento en el que la batalla terminó, Elisei asumió el mando efectivo de las tropas con motivo de la convalecencia del rey y, tras asignar a Umdor y Turk la tarea de proteger Nair Calas, organizó todo lo demás: atención adecuada de los heridos, batidas en los campos de las cercanías para atrapar a los soldados enemigos que habían escapado, la organización de pertrechos y, después de asegurarse que no quedaban supervivientes en lo que había sido el campo de batalla, empezar a ocuparse de los cadáveres y de la recogida de todo el armamento reutilizable del campo de batalla. No eran muchos para esa tarea, pero debían moverse rápido para partir cuanto antes. En la primera mañana tras la batalla excavaron un gigantesco hoyo en lo alto de la colina. Una vez terminaron, fueron depositando los cuerpos de sus muertos, ya despojados de sus armaduras y cotas de malla, dentro del agujero, y después procedieron a taparlo con la tierra que ellos mismos habían extraído.

En lo alto de la colina se formó un gran túmulo de tierra y turba que se podía ver desde toda la llanura. Una vez terminaron se reunieron alrededor del túmulo y rezaron unas plegarias a los dioses del bosque durante casi una hora.

Terminada la tarea de recoger todo el armamento de los restos del ejército imperial, para ahorrar tiempo, apilaron sus cuerpos en varios montículos cerca de la colina, los rodearon de una gran cantidad de troncos y ramas del cercano bosque, y quemaron las improvisadas piras para que las llamas consumieran sus cuerpos.

Al día siguiente, con las piras totalmente carbonizadas, subieron a los heridos que no podían moverse por sí mismos en las camillas que habían construido durante la noche y en los carros que pudieron reunir, y partieron hacia Nair Calas. La columna no era muy grande, pero era muy extensa debido a la lentitud de algunas unidades con los heridos y el bagaje con todo el armamento que habían recopilado.

‹‹Sin duda ahora somos vulnerables —pensaba Elisei—. Si nos atacaran ahora no tendríamos ninguna posibilidad; nos masacrarían. Suerte que hemos asegurado las tierras del norte.››

La marcha era lenta y silenciosa bajo la lluvia. Se respiraba el dolor y el miedo en el ambiente; muchos aún estaban impactados por las imágenes de los días anteriores. La mayor parte de ellos se movían a pie; sólo los que no podían valerse por sí mismos, fruto de sus heridas en la batalla, lo hacían en los carros y camillas. Los pocos caballos que llevaban consigo eran para los heridos que podían montar a caballo. Elisei iba a pie, a pesar de que se le había ofrecido una montura, pero ella no quiso y se la dejó a una muchacha que había sido herida en la pierna. Dungor, que se había quedado para ayudar, marchaba a veces montado en su caballo, liderando a algunos grupos de exploradores, para asegurarse de que el camino era seguro, y otras veces lo hacía a pie, dejando su caballo a alguien que lo necesitara más que él. Algunas veces, aprovechando las largas y aburridas horas caminando, se acercaba a Elisei y hablaba con ella. Su compañía le agradaba. Hablaban amigablemente del pasado, de los tiempos en los que habían llegado a ser felices. Dungor le habló de su familia, a la que añoraba y a la que esperaba volver a ver pronto, y Elisei le hablaba de su infancia, en los tiempos que había vivido en relativa paz y su padre había gobernado en gran parte de Tancor hasta que Sharpast les atacó de nuevo, conquistando gran parte del reino y matando a su padre. Sólo la resistencia de su hermano, llevando a cabo una guerra de guerrillas en torno al Bosque Maldito, había mantenido parte del reino en sus manos hasta que finalmente fue capturado, entonces ella había mantenido viva la resistencia únicamente dentro del Bosque Maldito. El resto de la historia Dungor la conocía bien.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora