La misión de Turk I

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Norte de Tancor

El camino para Turk no había sido sencillo. Durante los primeros días de viaje había sido escoltado por dos jinetes, pero, al llegar a la frontera, sus acompañantes y guías tenían órdenes de volver, y dieron la vuelta deseándole antes buena suerte en su cometido. Turk tenía que seguir solo. No tenía más remedio. Desde que pasó la frontera ficticia con Sinarold, algunos grupos de soldados le habían parado en varias ocasiones, interrogándole. Cada vez que le detenían tenía que luchar por mantener los nervios a ralla y no delatarse. Les decía que era un mensajero del Emperador y les enseñaba el sello imperial. Los soldados, al identificar la marca, se apartaban y le dejaban seguir su camino.

‹‹Al menos no ponen ningún impedimento —pensaba Turk, aliviado—. Puede que el engaño funcione, si no estoy muerto.››

Al llegar a Bearden vio que la ciudad estaba repleta de soldados, algo que no le extrañaba, ya que era lógico pensar que la máxima autoridad imperial de la región estaría preparando una ofensiva contra los rebeldes de Tancor, o previniéndose para defender su territorio. Una vez dentro preguntó por la ubicación de la villa del gobernador. Le dijeron que era el edificio más grande que se encontraba en la parte alta de la ciudad, sobre una pequeña meseta. Un soldado le señaló el lugar con el dedo y le mostró el camino. Al llegar allí unos guardias le impidieron el paso, pero Turk les dijo que era un mensajero del Emperador y exigió que le llevaran ante el hombre que estaba al mando. Al ver el sello los guardias le dejaron pasar y le condujeron hacia lo que le pareció un salón de ceremonias. Estaba vacío. Le dijeron que esperara allí. Fueron minutos agónicos. No había motivos para que sospecharan de él, pero no podía evitar pensar que sabían que era un farsante y que en cualquier momento alguien se abalanzaría sobre él, le prenderían y luego le torturarían. Nada de eso ocurrió.

‹‹Todo irá bien —se decía a menudo—. Relájate.››

En la sala entró un hombre barbudo y gordo, seguido por tres hombres de armas.

—¿Y bien? ¿Dónde está el mensaje? —preguntó, molesto porque le interrumpieran.

—Tengo que entregarle esta carta a la autoridad militar de Sinarold —dijo Turk.

—Soy Mulgam, gobernador de Sinarold del Oeste.

Turk sacó un rollo de su zurrón y se lo entregó. El gobernador desenrolló el documento sin percatarse de que el lacre estaba dañado y comenzó a leerla. Fueron momentos tensos para Turk. Varias gotas de sudor recorrieron su frente; sus piernas se movían algo inquietas y sus manos, a pesar de tener lo brazos cruzados, temblaban. Su corazón latía a gran velocidad.

‹‹¡Que haya funcionado, por los dioses...!››

A los pocos segundos Mulgam dejó la carta y se dirigió a sus acompañantes:

—El Emperador le ha dado el mando del ejército de Tancor a una hechicera —dijo Mulgam, con cierto tono de desprecio—; y según parece estamos subordinados bajo su mando. ¡Vaya ignominia! ¿A dónde vamos a parar? ¡Una mujer! Y para colmo es una hechicera. El Emperador debe de haberse vuelto loco. En fin, debo obedecer. Capitán, informe a los oficiales del estado mayor que preparen a sus hombres para partir, y que acudan todas las tropas que hay en la provincia. Saldremos en unos días. Aplastaremos a esos rebeldes de Tancor.

Uno de los hombres que lo acompañaban asintió y salió de la sala.

—Ofrecedle comida y alojamiento a este hombre —dijo Mulgam, señalando a Turk.

Uno de los guardias invitó a Turk a que lo siguiera, quien a su vez, más relajado, asintió con la cabeza y lo acompañó. Se sintió enormemente aliviado. Había logrado engañar al enemigo. La primera parte del plan de Elmisai se había producido a la perfección, ahora tenía que permanecer junto a los sharpatianos sin llamar demasiado la atención, y así poder llevar a cabo la segunda parte del plan. Había mucho en juego.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora