El rey y el usurpador II

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Los días siguientes al inicio del sitio fueron aprovechados para construir máquinas de asedio tan espectaculares como las que Sharpast había empleado en los asedios que había realizado en Vanion. Los ingenieros, los técnicos, leñadores, herreros, peones y auxiliares trabajaron a destajo durante días para tener las máquinas preparadas en el menor tiempo posible. Los generales, especialmente Valghard, insistieron reiteradamente en la importancia de ganar todo el tiempo que fuera posible. Trabajaron por turnos, tanto de día como de noche, para que hubiera siempre alguien trabajando; de modo que, tras días de duro trabajo, tenían listas cuatro torres de asedio, multitud de escalas, dos trabuquetes y una media docena de catapultas de menor tamaño. Podían construir más máquinas, pero eso les llevaría más tiempo.

Colocaron sus armas frente a las murallas, en varios puntos de la ciudad, a la vista de los defensores. Pretendían desmoralizarlos con una exhibición de fuerza antes del ataque. Además, hicieron desfilar a los soldados alrededor de la ciudad, para conseguir un mayor impacto visual y terminar de minar la moral de la guarnición de Lasgord.

—Es la hora de atacar —dijo Valghard en una reunión del estado mayor de los tres ejércitos aliados—. Liberemos la capital de tu reino, Nairmar. Estamos listos para esta batalla.

—Es el momento —admitió Nairmar—. Atacaremos mañana al amanecer; y si los dioses lo permiten Lasgord volverá a ser libre.

‹‹Pero antes hay algo que debo hacer —pensó Nairmar.››

—Atacaremos por sectores —dijo Malliourn—. Yo lo haré desde el este con una pequeña fuerza de distracción. Nairmar desde el sur, Nulmod oeste y tú Valghard lo harás desde el norte. —Todos estaban de acuerdo en proceder de ese modo, llevando los tres ejércitos el mismo peso en el combate, al atacar desde todos los flancos las defensas de la ciudad—. Atacaremos por oleadas, desgastando poco a poco al enemigo, hasta quebrar sus defensas y penetrar en la ciudad. Si algo fuera mal daríamos la señal de retirada.

—Sufriremos grandes bajas antes de lograr penetrar en sus defensas, si es que lo logramos —dijo Nulmod, escéptico—. Pocos asaltos a ciudades fortificadas han acabado bien para los atacantes. Ganemos o no, podemos llegar a lamentar mucho las pérdidas que suframos.

—No nos queda alternativa —dijo Valghard.

‹‹Hay otra alternativa —pensó Nairmar—, aunque tal vez no salga bien. Pero tengo que intentarlo.››

Nairmar quería evitar que a la mañana siguiente se produjera una cruenta batalla que manchara su tierra con la sangre de sus hermanos, compatriotas y aliados, que morirían luchando en uno y otro bando. En cierto modo estaban librando una pequeña guerra civil, y una matanza con cientos o miles de soldados muertos en los dos bandos sería un manchón imborrable para su reinado y los debilitaría de cara a la guerra con Sharpast. Tenía que evitar a toda costa una masacre.

Antes del anochecer Nairmar hizo desplegar a su ejército frente a la muralla sur, lo que fue interpretado por los defensores como un ataque, y se aprestaron para la defensa. Nairmar partió a caballo con una escolta de cien hombres de a pie y cincuenta jinetes, y se acercó a caballo a la puerta sur con el estandarte de Vanion en una mano. A su lado le acompañaba Malliourn, que portaba una bandera blanca para indicar que iban en son de paz. Se acercaron todo lo que pudieron, llegando a estar a tiro de arco desde las defensas de la ciudad, pero nadie intentó atacarlos.

Nairmar se adelantó unos metros con su caballo. Tenía que conseguir atraer las miradas de los defensores hacia él, aunque eso suponía correr el riesgo de que intentaran abatirle. Necesitaba que el mayor número de oídos le escuchara.

—¡Soldados de Vanion, escuchadme! —empezó el príncipe—. Soy Nairmar Alistei, hijo de Marnar y legítimo heredero al trono; no vengo aquí como vuestro enemigo ni tampoco como vuestro rey, sino como vuestro compatriota. Todos nosotros somos hermanos, nacidos de una misma tierra: Vanion, hogar de hombres valientes y leales. No obstante, por culpa de la perfidia de un hombre sin escrúpulos hemos acabado siendo partícipes, de una forma u otra, de una guerra civil que ninguno de nosotros había buscado. El usurpador ha dividido a nuestro pueblo y nos ha enemistado para servir nada menos que a un ambicioso monarca extranjero que solo desea apropiarse de la riqueza de nuestra gran nación. No luchéis contra aquellos que tratan de detener a las huestes que nos han invadido; luchad contra la codicia de Sharpast y su rey títere. —Nairmar se detuvo a meditar las palabras que iba a decir a continuación. De momento había conseguido captar la atención de buena parte de los defensores, que permanecían inmóviles y en silencio mientras escuchaban a Nairmar—. Uniros a la causa de la justicia, junto a las fuerzas que luchan por liberar Lindium; uniros a mí y a los reinos de Landor y Hanrod, y expulsemos al tirano y a sus huestes de nuestra tierra. Luchemos juntos, como antaño, frente a la opresión. Abandonad al usurpador, a quien el Emperador en persona ha abandonado. Volved al bando de aquellos que luchan por un mundo mejor y más justo.

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora