Capitulo Dos

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Podría revelar una historia, cuya palabra más leve

atormentaría tu alma.

SHAKESPEARE


Madame St. Aubert fue enterrada en la iglesia del pueblo próximo; su esposo y su hija la acompañaron hasta la tumba, seguidos por u na larga fila de campesinos que sentían sinceramente la desaparición de aquella excelente mujer.

Al regresar del funeral, St. Aubert se encerró en su habitación. Cuando salió, su rostro estaba sereno, aunque con la palidez del dolor. Dio instrucciones para que se reuniera la familia. Sólo estuvo ausente Emily, que oprimida por la escena de la que acababa de ser testigo, se había retirado a su habitación para llorar a solas. St. Aubert la siguió a donde estaba; cogió su mano en silencio, mientras ella continuaba llorando, y pasaron algunos momentos antes de que pudiera dominar su voz y hablar. En tono tembloroso, dijo:

—Mi Emily, voy a rezar con mi familia; te unirás a nosotros. Tenemos que pedir al cielo su ayuda. ¿En qué otra parte podríamos buscarla?, ¿en qué otra parte podríamos encontrarla?

Emily secó sus lágrimas y siguió a su padre hasta el salón en donde se habían reunido los sirvientes. St. Aubert leyó, con voz baja y solemne, los rezos de la tarde y añadió una oración por el alma de la desaparecida. Mientras lo hacía, su voz se quebró con frecuencia, sus lágrimas cayeron sobre el libro, y finalmente se detuvo. Pero las sublimes emociones de la devoción pura elevaron gradualmente sus pensamientos por encima de este mundo hasta llevar el consuelo a su corazón.

Cuando terminaron de rezar y los criados se retiraron, besó tiernamente a Emily y dijo:

—Me propuse enseñarte, desde tus primeros años, el deber de dominarse. Te he señalado su gran importancia en la vida, no sólo porque nos preserva de tentaciones varias y peligrosas que podrían apartamos de la rectitud y la virtud, sino porque en los límites de lo que nos podemos tolerar están los de la virtud. Cuando nos excedemos llegamos al vicio y a su consecuencia, que es el mal. Todos los excesos son malos, incluso los de la pena, que admirable en su origen, se convierte en una pasión egoísta e injusta y nos lleva a liberamos de nuestros deberes. Y por nuestros deberes entiendo los que tenemos con nosotros mismos y con los demás. La complacencia excesiva en el dolor inquieta la mente y casi la incapacita para volver a participar en las inocentes satisfacciones que la benevolencia de Dios ha establecido para ser el sol resplandeciente de nuestras vidas. Mi querida Emily, recuerda y practica los preceptos que te he dado con tanta frecuencia y que tu propia experiencia te ha mostrado para tu bien.

»Tu penar es inútil. No creas que esto es solamente un lugar común, sino que la razón debe controlar el dolor. No trato de ahogar tus sentimientos, hija mía, sólo trato de enseñarte a que los domines. Porque, cualesquiera que sean los males que pueda traer un corazón demasiado susceptible, nada se puede esperar de uno insensible; y, por otra parte, todo es vicio cuando se busca el consolarse sin una posibilidad de bondad. Conoces mis sufrimientos y estás convencida de que las mías no son simples palabras, en esta ocasión, aunque las haya repetido para destruir incluso las fuentes de la emoción más honesta, o para mostrar una ostentación egoísta de falsa filosofía. Quiero que veas que puedo cumplir con lo que aconsejo. Y te he dicho todo esto porque no puedo verte perdida en un dolor inútil, y no lo he dicho hasta ahora porque hay un tiempo en el que es razonable que cedamos a la naturaleza. Ése ha pasado, y el excederse puede convertirse en hábito, con lo que se mermaría la elasticidad del espíritu hasta que fuera imposible recuperarse. Emily, debes estar dispuesta a evitarlo.

Emily sonrió a su padre a través de las lágrimas:

—Querido padre —dijo con voz temblorosa—, te demostraré que merezco ser tu hija.

Los Misterios de Udolfo - Ann RadcliffeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora