Entonces, lágrimas frescas
asomaron en sus mejillas, como asoma la miel del rocío
sobre el lirio arrancado casi marchito.
SHAKESPEARE
Después de los últimos descubrimientos, Emily fue distinguida en el castillo por el conde y su familia como pariente de la casa De Villeroi, y recibida, si era posible, con más amistosa atención de la que ya le había sido mostrada.
La sorpresa del conde por el retraso en la respuesta a la carta que había dirigido a Valancourt a Estuviere, se mezclaba con su satisfacción por la prudencia con la que había evitado que Emily participara de la ansiedad que él sufría, aunque cuando la vio seguir bajo el efecto de su error anterior, necesitó de toda su decisión para contenerse y no contarle la verdad que le habría proporcionado un consuelo momentáneo. La aproximación de la boda de Blanche dividió su atención con este otro tema de ansiedad, ya que los habitantes del castillo estaban ocupados en los preparativos del acontecimiento y se esperaba cada día la llegada de monsieur St. Foix. Emily trató en vano de participar en la alegría que la rodeaba, porque su ánimo estaba deprimido por los últimos descubrimientos y por la ansiedad que despertó el destino de Valancourt al conocer su reacción cuando entregó el anillo. Se daba cuenta de que estaba sumido en la tristeza de la desesperación, y cuando pensaba en lo que ésta le podía mover a hacer, su corazón se llenaba de terror y tristeza. Se le hacía insoportable aquel estado de inquietud al que se creía condenada, en relación con su seguridad, hasta que regresara a La Vallée, y, en esos momentos, no podía siquiera luchar para asumir la calma que le había abandonado, sino que con frecuencia se apartaba de pronto de la compañía con la que estaba y trataba de suavizar su ánimo en las profundas soledades de los bosques que se extendían hasta la costa. Allí, el débil murmullo de las olas espumosas, que golpeaban bajo ella, y el sombrío sonar del viento entre las ramas de los árboles, eran elementos en unísono con el temperamento de su mente. Se sentaba en una roca o en los peldaños rotos de su atalaya favorita, observando el cambio de colores en las nubes de la tarde y el extenderse por el mar del tétrico crepúsculo, hasta que las crestas blancas del oleaje, en su camino hacia la playa, se divisaban con dificultad entre las aguas oscurecidas. Con frecuencia repetía con melancólico entusiasmo los versos grabados por Valancourt en la atalaya, y después trataba de controlar el pesar que le ocasionaba y ocupaba su pensamiento con temas indiferentes.
Una tarde, tras haber paseado con el laúd por su lugar favorito, entró en la torre ruinosa y subió por una escalera de caracol que conducía a una pequeña cámara que estaba menos derruida que el resto del edificio, y desde la que en muchas ocasiones había admirado las amplias extensiones del mar y la tierra. El sol se ocultaba en la línea de los Pirineos, que divide el Languedoc y el Rosellón, y, colocándose frente a la pequeña ventana, que, como las copas de los árboles por encima, y las olas por debajo, relucía con el tono rojo hacia el oeste, acarició las cuerdas del laúd en una sinfonía solemne, acompañando después con su voz, en una aria simple y afectiva que, en los días felices, Valancourt había escuchado conmovido y a la que adaptó los siguientes versos:
A LA MELANCOLÍA
Espíritu de amor y tristeza —¡te saludo!
Oigo tu voz solemne desde lejos,
confundida con el viento mortecino de la tarde:
¡te saludo, con esta lágrima tristemente grata!
¡Oh! En esta quietud, esta hora solitaria,
tu propia hora dulce del día que concluye,
despierta tu laúd, cuyo poder encantador
llamará a la Quimera a la obediencia;
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
ClásicosItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...