Capitulo Once

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¿Quién alza la mano ensangrentada?

SAYERS


Emily permaneció en su habitación a la mañana siguiente, sin recibir noticia alguna de Montoni y sin ver a nadie, excepto a los hombres armados que en ocasiones pasaron por la terraza. Al no haber probado bocado alguno desde la cena del día anterior, su extrema debilidad le hizo sentir lo imperioso de abandonar el asilo de su habitación para conseguir algún refrigerio y también por estar ansiosa de liberar a Annette. Sin embargo, trataba de diferirlo todo lo posible y consideró si debía recurrir a Montoni, o a la compasión de otras personas, en su preocupación por su tía y, finalmente, sobreponiéndose al aborrecimiento que le producía su presencia, decidió acudir a él y suplicarle que le permitiera ver a madame Montoni.

Por otra parte, parecía cierto, por la ausencia de Annette, que Ludovico había sufrido algún accidente y que la muchacha seguía encerrada. En consecuencia, Emily tomó la decisión de visitar también la cámara en la que había hablado con ella la noche anterior, y, si la pobre muchacha seguía allí, informar a Montoni de su situación.

Era casi mediodía cuando se decidió a salir de su habitación, acudiendo primero a la galería sur, a donde llegó sin encontrarse con nadie y sin oír nada, excepto, de cuando en cuando, el eco de pasos distantes.

No fue necesario que llamara a Annette, cuyos lamentos se hicieron audibles nada más acercarse a la galería. Preocupada por su propia suerte y por la de Ludovico, le dijo a Emily que estaba segura de morir de hambre si no la liberaban inmediatamente. Emily le contestó que iba a suplicar a Montoni que la dejara salir, pero sus terrores ante el hambre cedieron por los que sentía por el signor, y, cuando Emily se alejó de la puerta, pidió a gritos que le ocultara el lugar donde se encontraba.

Según se acercaba Emily al gran salón, los ruidos que oyó y las personas con las que se cruzó en los pasillos renovaron sus temores. Estos últimos, no obstante, pasaban en paz y no la molestaron, aunque la miraban sorprendidos y a veces dijeron algo. Al cruzar el vestíbulo hacia la habitación de cedro, en la que Montoni solía estar, vio en el suelo fragmentos de espadas, algunas ropas manchadas de sangre, y casi esperó ver entre ellas algún muerto; pero de momento se libró de este último espectáculo. Al acercarse a la habitación, el sonido de varias voces que procedían de la misma y el temor a presentarse ante desconocidos, así como el de irritar a Montoni con su intromisión, la obligaron a detenerse y a dudar de su propósito. Miró por las columnas del vestíbulo, por si localizaba a algún criado que pudiera llevar un mensaje, pero no encontró a ninguno, y la urgencia de lo que debía solicitar la obligó a acercarse a la puerta. Las voces que le llegaban no eran de discusión, aunque distinguió las de algunos de los invitados del día anterior. Su decisión fallaba cada vez que intentaba llamar a la puerta, por lo que decidió quedarse en el vestíbulo hasta que apareciera alguien que pudiera decir a Montoni que saliera de la habitación, y cuando se volvió para apartarse de la puerta, ésta fue abierta por él mismo. Emily tembló y se quedó confusa, mientras él la miraba con sorpresa; aquel rostro despertó todos sus temores. Olvidó lo que tenía que decir y ni preguntó por su tía ni suplicó por Annette, sino que se quedó quieta en un silencio embarazoso.

Tras cerrar la puerta, le reprochó su curiosidad, de la que ella no había sido culpable, y le preguntó de malos modos qué era lo que había escuchado. La acusación la hizo recuperarse y le aseguró que no había acudido allí con la intención de escuchar sus conversaciones, sino para suplicar compasión por su tía y por Annette. Montoni pareció dudar de su afirmación, porque la miró escrutadoramente y la duda no parecía tener fundamento alguno. Emily volvió a explicar la razón de su presencia y concluyó suplicándole que la informara a dónde había sido llevada su tía y que le fuera permitido visitarla. Montoni la miró con una sonrisa maligna, que le confirmaron instantáneamente sus temores sobre su tía, y en aquel momento, no tuvo coraje para insistir en sus ruegos.

Los Misterios de Udolfo - Ann RadcliffeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora