Actos inhumanos
alimentan cuitas inhumanas, mentes infestadas
descargarán sus secretos en sus almohadas sordas.
Más necesita de lo divino que del médico.
MACBETH
A la tarde siguiente, la vista de las torres del convento, elevándose entre los bosques umbrosos, recordó a Emily a la monja, cuyas condiciones tanto la habían afectado, y ansiosa por saber cómo estaba, así como por ver a algunas de sus antiguas amigas, extendió su paseo con Blanche hasta el monasterio. A su puerta había un carruaje, que, por el sudor de los caballos, parecía que acababa de llegar. Una quietud superior a lo común se extendía por el patio y los claustros, por lo que Emily y Blanche pasaron en su camino hacia el gran vestíbulo, donde una monja, que cruzaba hacia la escalera, replicó a las preguntas de la primera que la hermana Agnes seguía viva y sensible, pero que pensaban que no llegaría a la noche. En el salón encontraron a varias de las internas, que se alegraron al ver a Emily, informándole de pequeños detalles que habían sucedido en el convento desde su marcha, y que resultaban interesantes para ella únicamente porque se referían a personas que recordaba con afecto. Mientras conversaban, la abadesa entró en la habitación y expresó su satisfacción al ver a Emily, pero sus ademanes eran más solemnes que de costumbre y su rostro preocupado.
—Nuestra casa —dijo, tras los primeros saludos— es verdaderamente un lugar de tristeza. Una hija está pagando su deuda a la naturaleza. Tal vez ya habréis oído que nuestra hija Agnes está muriéndose.
Emily expresó su preocupación sincera.
—Su muerte nos ofrece una lección grande y tremenda —continuó la abadesa—; aprendámosla y beneficiémonos de ella. ¡Que nos enseñe a preparamos para el cambio que nos espera a todos! Sois jóvenes y está aún en vuestro poder el asegurar «la paz que sobrepasa toda comprensión», la paz de la conciencia. Conservadla en vuestra juventud para que pueda consolaros con los años, porque ¡vanas e imperfectas son las acciones de nuestros últimos años, si las de nuestra vida anterior han sido malas!
Emily habría dicho que las buenas acciones nunca serían vanas, así lo esperaba, pero consideró que era la abadesa la que hablaba y permaneció silenciosa.
—Los últimos días de Agnes —prosiguió la abadesa— han sido ejemplares. ¡Que sirvan para borrar los errores de los anteriores! Sus sufrimientos ahora, por fin, son grandes, ¡esperemos que sirvan para su paz después de este mundo! La he dejado con el confesor y con un caballero que hace tiempo estaba deseosa de ver y que acaba de llegar de París. Espero que sean capaces de administrarle el reposo que hasta ahora ha estado pidiendo su mente.
Emily se unió fervorosamente a su deseo.
—Durante su enfermedad ha hablado a veces de vos —continuó la abadesa—, tal vez la consolará veros. Cuando las visitas que están con ella la dejen, iremos a su celda, si la escena no es demasiado melancólica para vuestro ánimo. Aunque tales escenas, por muy dolorosas que sean, debemos acostumbrarnos a verlas porque son saludables para el alma y nos preparan para lo que nosotros mismos hemos de sufrir.
Emily quedó seria y pensativa, porque la conversación le había traído el recuerdo de los momentos de la muerte de su querido padre, y deseó una vez más llorar sobre el lugar en el que habían sido enterrados sus restos. Durante el silencio que siguió a las palabras de la abadesa, muchas pequeñas circunstancias que rodearon sus últimas horas acudieron a su mente: su emoción al descubrir que se encontraba en la vecindad del Chateau-Ie-Blanc; su petición de ser enterrado en un lugar concreto de la iglesia del monasterio, y el solemne encargo que le había hecho de destruir ciertos papeles sin examinarlos. Recordó también las palabras misteriosas y horribles de aquellos manuscritos, en los que involuntariamente se había fijado su mirada y, aunque ahora, y siempre que las había recordado, le producían una dolorosa curiosidad por su sentido y por los motivos de la orden de su padre, le había servido de consuelo fundamental el haber obedecido estrictamente sus indicaciones sobre el particular.
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
ClássicosItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...