Capitulo Ocho

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Mi lengua tiene, sin embargo, un relato más duro que contar.

Yo interpreto al atormentador, poco a poco,

para prolongar lo peor que debe ser dicho.

RICARDO II


Volvemos ahora por un momento a Venecia, donde el conde Morano padecía una acumulación de desgracias. Poco después de su llegada a la ciudad había sido arrestado por orden del Senado, y, sin saber de lo que se le acusaba, fue llevado a un lugar de confinamiento, donde las más interesadas investigaciones de sus amigos habían sido incapaces de encontrarle. No había podido descubrir qué enemigo le había ocasionado aquella calamidad, a menos, claro está, que fuera Montoni, al que se dirigían sus sospechas, y no sólo con aparente probabilidad, sino con justicia.

En el asunto de la copa envenenada Montoni había sospechado de Morano, pero al no poder obtener las pruebas suficientes para condenarle por una intención culpable, había recurrido a otros medios para completar su venganza. Contrató a una persona en la que creía que podía confiar para enviar una carta de acusación a la Demunzie secrete, o bocas de leones, que hay en las galerías del palacio del Dux, como receptáculos para información anónima, relativa a personas que pudieran ser desafectas al Estado. Como en estas ocasiones el acusador no es enfrentado al acusado, un hombre puede ser implicado falsamente por su enemigo y lograr una venganza injusta sin temor al castigo o a ser detenido. Que Montoni hubiera recurrido a este medio diabólico de arruinar a una persona, de la que sospechaba que había atentado contra su vida, no es sorprendente. En la carta que había empleado como instrumento de venganza acusaba a Morano de conspirar contra el Estado, lo que intentaba probar con toda la simplicidad plausible de la que era maestro; y el Senado arrestó al conde como consecuencia de la acusación. Sin hacerle indicación alguna sobre su delito, le encerraron en una de aquellas prisiones secretas, que eran el terror de los venecianos, y en las que las personas languidecían y a veces morían sin ser localizadas por sus amigos.

Morano había incurrido en el resentimiento personal de muchos miembros del Estado; sus costumbres le habían hecho odioso a algunos; y su ambición y la rivalidad que manifestó en varias ocasiones de modo público, a otros. No era de esperar que el perdón pudiera suavizar los rigores de la ley, que debía ser administrada por las manos de sus enemigos.

Mientras tanto, Montoni se vio asaltado por peligros de otra naturaleza. Su castillo había sido sitiado por tropas que parecían dispuestas a todo y a aguantar pacientemente cualquier complicación para lograr la victoria. No obstante, el castillo había resistido el ataque, y esto, junto con la vigorosa defensa de sus hombres y la dificultad de aprovisionamiento en aquellas montañas salvajes, no tardaron en obligar a los asaltantes a levantar el sitio. Cuando Udolfo se vio de nuevo en manos de la tranquila posesión de Montoni, mandó a Ugo a Toscana en busca de Emily, a la que había enviado en consideración a su seguridad personal a aquel lugar mientras el castillo corría el riesgo de ser invadido por enemigos. Lograda la tranquilidad en Udolfo, estaba impaciente por asegurarse que ella estuviera de nuevo bajo su techo, y había encargado a Ugo que ayudara a Bertrand en su viaje de regreso. Obligada así a regresar, Emily lamentó tener que separarse de Maddelina, y después de unos quince días en Toscana, donde había experimentado un intervalo de calma,. que era absolutamente necesario para que recuperara su ánimo afectado durante tanto tiempo, comenzó de nuevo a ascender los Apeninos, desde cuyas alturas echó una última y triste mirada al hermoso país que se extendía a sus pies, y al Mediterráneo distante, cuyas olas había deseado tantas veces que la llevaran a Francia. La inquietud que sentía a su regreso al lugar de sus anteriores sufrimientos se veía suavizada sin embargo por la conjetura de que Valancourt estuviera allí, y en parte se consoló con la idea de estar cerca de él, por encima de la consideración de que probablemente sería uno de los prisioneros.

Los Misterios de Udolfo - Ann RadcliffeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora