Creo que es la debilidad de mis ojos,
la que da forma a esta monstruosa aparición.
¡Viene hacia mí!
JULIUS CAESAR
La luz del día disipó de la mente de Emily las tinieblas de la superstición, pero no las de sus temores. La primera imagen que vino a su mente al despertar fue la del conde Morano y con él una serie de males anticipados que no podría vencer ni evitar. Se levantó, y para liberarse de las ideas que la atormentaban se inclinó por observar todo lo que la rodeaba. Desde la ventana contempló la belleza salvaje del paisaje, cerrado casi por todas partes por las cumbres de los Alpes, que parecían sobreponerse unas a otras, iluminados por la neblina, mientras que los promontorios inferiores se veían oscurecidos por los árboles que se extendían hasta su base, reuniéndose en los estrechos valles. Para Emily la rica pompa de aquellos bosques era especialmente encantadora, y contempló con asombro las fortificaciones del castillo, que se extendían a lo largo de la roca, en parte derruidas, la grandeza de los baluartes y las torres y almenas que asomaban por encima. Desde ellas contempló los riscos y arboledas que se hundían hacia el valle, al mismo tiempo que saltaba la espuma de las rápidas corrientes que caían por la montaña opuesta, iluminadas un momento por los rayos del sol o ensombrecidas por los pinos, hasta desaparecer totalmente en el espeso follaje. De nuevo surgían en la oscuridad con una nueva capa de espuma y caían atronadoras hacia el valle. Más cerca, hacia el oeste, se abría la visión de las montañas, que Emily había contemplado con sublime emoción al acercarse al castillo; una capa ligera de vapor, que surgía desde el valle, se extendía por todas partes con una tenue oscuridad. En su ascenso quedaba iluminada por los rayos del sol y adquiría un tinte de belleza exquisita que extendía por árboles y rocas, que sobrepasaba ascendiendo hasta la cumbre de las montañas. Al avanzar el día, era encantador ver todo iluminado y las formas que se hacían visibles por el valle, los pastos verdes, los oscuros troncos, los pequeños salientes rocosos, algunas cabañas de campesinos, la corriente espumosa, un rebaño y otras imágenes de belleza pastoril. Entonces se iluminaron las forestas de pinos y los amplios contornos de las montañas hasta que, finalmente, la neblina que rodeaba sus cumbres quedó iluminada por los rayos del sol. Todo se veía más claro, más definido, y las profundas sombras que producían las colinas más bajas, daba un mayor efecto de esplendor a todo lo que estaba por encima; mientras las montañas, gradualmente emergiendo en la perspectiva, parecían confundirse con el mar Adriático porque eso fue lo que Emily imaginó ante el azul en que terminaba el paisaje.
Así trató de distraerse, consiguiéndolo. También la revivió la fresca brisa de la mañana. Elevó sus pensamientos en una oración, lo que casi siempre necesitaba cuando contemplaba lo sublime de la naturaleza y su mente recobró toda su fuerza.
Al volverse de la ventana, sus ojos se fijaron en la puerta que había guardado tan cuidadosamente la noche anterior y decidió examinar a dónde conducía. Al acercarse para quitar las sillas, percibió que ya habían sido movidas un poco. Su sorpresa no puede imaginarse fácilmente cuando, un minuto después, comprobó que habían corrido los cerrojos. Se sintió como si hubiera visto una aparición. La puerta que conducía al pasillo estaba cerrada como ella la había dejado, pero la otra, que sólo podía ser cerrada desde fuera, había sido atrancada con los cerrojos durante la noche. Se sintió seriamente inquieta ante la idea de volver a dormir en una habitación en la que otros podían entrar, alejada además de las del resto de la familia, y decidió comentarlo con madame Montoni y solicitar que la cambiaran a otra.
Tras unos momentos de duda, encontró el camino hacia el vestíbulo grande y entró en la habitación en la que había estado la noche anterior, en la que ya estaba dispuesto el desayuno, y encontró a su tía sola, ya que Montoni estaba recorriendo los alrededores del castillo, examinando las condiciones de la fortificación y hablando con Carlo. Emily advirtió que su tía había estado llorando y su corazón se inclinó a su favor, con un afecto que le quiso demostrar con su comportamiento y no con palabras, puesto que evitó cuidadosamente que se advirtiera que lo había notado. Aprovechó la oportunidad de la ausencia de Montoni para comentar la circunstancia de la puerta, solicitar que le fuera permitido pasar a otra habitación y para preguntar de nuevo por las razones de aquel viaje inesperado. A la primera pregunta su tía le indicó que hablara con Montoni, rehusando intervenir en el asunto; a la última, insistió en su ignorancia.
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
KlasykaItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...