Ahora mi tarea está felizmente concluida,
puedo volar, o puedo correr
veloz hasta el fin de la tierra verde,
donde el firmamento arqueado se inclina,
y, desde allí, puedo remontarme rápido
a las esquinas de la luna.
MILTON
Las bodas de la condesa Blanche y de Emily St. Aubert se celebraron el mismo día, con la antigua magnificencia de los barones en el Chateau-le-Blanc. Las fiestas tuvieron lugar en el gran salón del castillo, que con este motivo fue adornado con nuevos tapices que representaban las hazañas de Carlomagno y sus doce pares; se veía a los Sarracenos, con sus horribles viseras, avanzando hacia la batalla, y en otros se mostraban las solemnidades del encantamiento y las fiestas nigrománticas, ofrecidas por el mago Jarl al emperador. Los suntuosos estandartes de la familia Villeroi, que durante mucho tiempo habían dormido en el polvo, volvieron a ser exhibidos, ondeando en las agujas góticas de las ventanas recién pintadas; y la música se repitió en ecos por todas las extensas avenidas y columnatas del vasto edificio.
Annette creyó estar en un palacio encantado al recorrer con la mirada el salón, cuyos arcos y ventanas estaban iluminados con festones brillantes de lámparas, y al contemplar los espléndidos vestidos de los bailarines, las costosas libreas de los criados, los doseles de terciopelo púrpura y oro, y declaró que nunca había estado en un lugar tan encantador como aquél desde que hubo leído los cuentos de hadas; que las mismas hadas, en sus sueños nocturnos, no podían haber decorado mejor aquel salón. La vieja Dorothée suspiró al contemplar la escena y dijo que el castillo había vuelto a ser lo que era en su juventud.
Tras participar en las festividades del Chateau-le-Blanc durante varios días, Valancourt y Emily se despidieron de sus amables amigos y regresaron a La Vallée, donde la leal Theresa les recibió con inigualable alegría, y las gratas sombras les dieron la bienvenida con mil recuerdos tiernos y afectuosos. Mientras paseaban juntos por aquellos escenarios, tanto tiempo habitados por monsieur y madame St. Aubert, Emily señaló con afecto sus rincones favoritos, que su nueva felicidad había engrandecido, considerando que habría valido la pena contar con su aprobación, si hubieran sido testigos de ella.
Valancourt la condujo al árbol de la terraza, bajo el que se aventuró por primera vez a declararle su amor, y donde ahora el recuerdo de la ansiedad que había sufrido, y la relación de todos los peligros y desgracias con los que se habían encontrado ambos desde que se sentaron juntos bajo sus amplias ramas, exaltó el sentido de su felicidad presente, y en el mismo lugar sagrado por el recuerdo de St. Aubert juraron solemnemente merecer todo lo posible, tratando de imitar su bondad, y mostrar a los demás, junto con la porción de comodidades ordinarias por las que la prosperidad está siempre en deuda con la desgracia, el ejemplo de unas vidas pasadas en agradecimiento a dios, y, en consecuencia, con cuidadosa ternura para sus criaturas.
Poco después de su regreso a La Vallée, el hermano de Valancourt llegó para felicitarle por su matrimonio y presentar sus respetos a Emily, con la que quedó tan encantado, así como por las perspectivas de felicidad racional que aquellas nupcias ofrecían a Valancourt, que de inmediato le cedió una parte de sus extensos dominios, cuya totalidad, puesto que no tenía familia, pasaría a su muerte a Valancourt.
Dispusieron de las propiedades de Toulouse y Emily compró a monsieur Quesnel los antiguos dominios de su padre, donde, después de dar a Annette una parte en su matrimonio, la nombró ama de llaves, y a Ludovico mayordomo. Como tanto Valancourt como ella preferían las gratas y largo tiempo queridas sombras de La Vallée a la magnificencia de Epourville, continuaron residiendo allí, pasando no obstante unos pocos meses del año en el lugar de nacimiento de St. Aubert como muestra de tierno respeto a su memoria.
Por lo que se refiere al legado que Emily había recibido de la signora Laurentini, rogó a Valancourt que le permitiera renunciar a ello en favor de monsieur Bonnac; y Valancourt, cuando se lo pidió, supo apreciar todo el valor del cumplido que ello suponía. El castillo de Udolfo también pasó a la esposa de monsieur Bonnac, que era la pariente superviviente más próxima a la casa del mismo nombre, y así, la opulencia hizo que recuperaran la paz tanto tiempo ausente de su espíritu oprimido y la tranquilidad de su familia.
¡Oh! ¡Qué placentero es hablar de una felicidad como la de Valancourt y Emily; relatar que, tras sufrir la opresión de los viciosos y el desdén de los débiles, regresaron al fin el uno al otro, a los queridos paisajes de su país natal, a la felicidad más segura de su vida, la que aspira a la moral y trabaja por las mejoras intelectuales; a los placeres de la sociedad iluminada y al ejercicio de la caridad, que desde siempre había animado sus corazones, mientras las enramadas de La Vallée volvían a ser una vez más el refugio de la bondad, la sabiduría y las bendiciones domésticas.
¡Oh, todo esto puede ser útil para mostrar que, aunque los viciosos pueden a veces llevar la aflicción a los buenos, su poder es transitorio y su castigo cierto; y que el inocente, aunque oprimido por la injusticia, apoyado por la paciencia, podrá triunfar finalmente sobre la desgracia!
Y si la débil mano que ha grabado esta historia ha logrado distraer al doliente durante una hora de su pesar, o, por su moral, le ha enseñado a soportarlo, el esfuerzo, aunque sea humilde, no ha sido en vano, ni el escritor ha quedado sin premio.
FIN
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
ClassicsItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...