Capitulo Tres

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Es un gran observador, y ve todo a través de los actos del hombre: no le gustan las comedias,

no escucha la música; sonríe rara vez; y sonríe de tal modo,

como si se burlara de sí mismo, y desdeñara su espíritu que puede llegar a sonreír por cualquier cosa.

Hombres como él nunca tendrán el corazón tranquilo,

mientras contemplen a alguien más grande que ellos mismos.

JULIUS CAESAR


Montoni y su acompañante no regresaron a casa hasta muchas horas después de que el amanecer hubiera iluminado el Adriático. Los alegres grupos, que habían bailado toda la noche en la plaza de San Marcos, se dispersaron antes de la mañana, como muchos espíritus. Montoni había estado ocupado; su alma no se dejaba llevar fácilmente por los placeres. Le gustaban las energías de las pasiones; las dificultades y las tempestades de la vida, que destruyen la felicidad de otros, le levantaban y parecían fortalecer su mente permitiéndole los más altos entretenimientos de que era capaz su naturaleza. Sin algo por lo que sintiera un fuerte interés, la vida para él era poco más que un sueño; y, cuando fallaba el tema real que pudiera interesarle, lo sustituía con otros artificiales, hasta que la costumbre cambiaba su naturaleza y dejaban de ser irreales. De esta clase era su hábito de jugar, que había adquirido, primero, con el propósito de liberarse de la inanición, pero que había pasado a alcanzar el ardor de la pasión. En esta ocupación había pasado la noche con Cavigni y un grupo de jóvenes, que tenían más dinero que rango, y más vicio que cualquiera de las otras condiciones. Montoni despreciaba a la mayoría por la inferioridad de su talento y no por sus inclinaciones viciosas y se asoció con ellos para convertirlos en instrumento de sus propósitos. Sin embargo, algunos tenían habilidades superiores y unos pocos eran admitidos por Montoni en su intimidad, pero incluso ante ellos mantenía un aire reservado y altivo, que, mientras imponía la sumisión en los de mente débil y tímida, despertaba un odio profundo en los más fuertes. Tenía, naturalmente, muchos y encarnizados enemigos; pero el rencor del odio que despertaba probaba el alto grado de su fuerza; y como el poder era su máxima ambición, se veía glorificado más por ser odiado de lo que podría haberse sentido de ser estimado. Desdeñaba el sentimiento templado de la estima y se habría despreciado a sí mismo si pensara que era capaz de sentirse halagado por ello.

Entre los pocos a los que distinguía, estaban los signors [21] Bertolini, Orsino y Verezzi. El primero era un hombre de temperamento alegre, de fuertes pasiones, disipado y de gran extravagancia, pero generoso, valiente y confiado. Orsino era reservado y altivo, le gustaba más el poder que la ostentación, de temperamento cruel y desconfiado, rápido en sentirse herido e incansable en la venganza; astuto y escurridizo en los intereses de los demás, paciente e infatigable en la ejecución de sus designios. Tenía un dominio perfecto de su rostro y de sus pasiones en las que destacaban el orgullo, la venganza y la avaricia y, cuando se trataba de satisfacerlas, pocas consideraciones tenían fuerza suficiente para detenerle, pocos obstáculos se oponían a la profundidad de sus estratagemas. Este hombre era el favorito de Montoni. Verezzi era un hombre de cierto talento, de exaltada imaginación, esclavo de sus pasiones. Era alegre, voluptuoso y temerario; sin embargo, no tenía perseverancia o verdadero valor y en todos sus actos se veía dominado por el egoísmo. Rápido para sus proyectos y sanguíneo en sus esperanzas de éxito, era el primero en comenzar y en abandonar, no sólo en sus propios planes sino también en los de las demás personas. Lleno de orgullo e impetuoso, se revolvía contra toda subordinación; no obstante, los que conocían bien su carácter y la irregularidad de sus pasiones, podían conducirle como a un niño.

Esos fueron los amigos que Montoni presentó a su familia y en su mesa al día siguiente de su llegada a Venecia. Acudieron otros nobles venecianos, el conde Morano y la signora Livona, que Montoni presento a su m ujer como dama de distinguido mérito y que, al visitarles por la mañana para darles la bienvenida a Venecia, le pidieron que se quedara a la fiesta.

Los Misterios de Udolfo - Ann RadcliffeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora