¡Vosotros. dioses de lo seguro y del sue ño profundo!,
cuyo suave dominio rige sobre este castillo,
y sitúa a su alrededor todo su amplio silencio,
perdonadme, si mi pluma temblorosa expone
lo que nunca antes fue cantado en baladas mortales.
THOMSON
El conde dio órdenes para que se abrieran las habitaciones del lado norte y fueran preparadas para recibir a Ludovico; pero Dorothée, recordando lo que había visto últimamente, temió obedecer, y ninguno de los otros criados se atrevió a aventurarse hasta allí, por lo que siguieron cerradas hasta el momento en que Ludovico tuvo que retirarse para pasar la noche, momento que todo el servicio esperaba con impaciencia.
Después de la cena, Ludovico, por orden del conde, se reunió con él en su cuarto, donde estuvieron solos casi media hora. Al marcharse, su señor le entregó una espada.
—Ha sido utilizada en peleas mortales —dijo el conde jocosamente—, tú la usarás honorablemente, sin duda, en una espiritual. Mañana quiero que me digas que no queda ni un solo fantasma en el castillo.
Ludovico la recibió con una respetuosa inclinación.
—Seréis obedecido, mi señor —dijo—, lograré que ningún espectro altere la paz de este castillo después de esta noche.
Regresaron entonces al comedor, en donde los invitados del conde les esperaban para acompañarles, y también a Ludovico, hasta la puerta de las habitaciones del lado norte, y Dorothée, a quien habían pedido las llaves, se las entregó a Ludovico, que abrió el camino, seguido por la mayoría de los habitantes del castillo. Al llegar a la escalera trasera, varios de los criados se detuvieron y se negaron a seguir avanzando, pero el resto continuó hasta el último rellano, que por su amplitud permitió que todos lo rodearan mientras metía la llave en la cerradura, lo que contemplaron con enorme curiosidad como si estuviera realizando algún rito mágico.
Ludovico, que no estaba acostumbrado a la cerradura, no podía dar vuelta a la llave. y Dorothée, que se había quedado atrás, fue llamada y su mano abrió la puerta lentamente. Tras echar una mirada a la habitación polvorienta, tuvo un escalofrío y se echó hacia atrás. Ante esta señal de alarma, gran parte del grupo corrió escaleras abajo, y el conde, Henri y Ludovico se quedaron solos para continuar su marcha, entrando inmediatamente en la habitación. Ludovico, con la espada desnuda, que acababa de sacar de la vaina, el conde con la lámpara y Henri con un cesto con algunas provisiones para el valeroso aventurero.
Después de mirar por la primera habitación, en la que nada parecía justificar la alarma, pasaron a la segunda y, al encontrarse todo tranquilo, prosiguieron a la tercera con paso más decidido. El conde tuvo entonces ánimo para sonreír tras la alteración que había sufrido por la reacción de los demás y le preguntó a Ludovico en qué habitación pasaría la noche.
—Hay varias habitaciones después de ésta, su excellenza —dijo Ludovico señalando una puerta—, y en una de ellas hay una cama, según dicen. Allí pasaré la noche, y cuando me canse de vigilar podré echarme un poco.
—Excelente —dijo el conde—; sigamos. Como ves, aquí no hay nada, sino paredes sucias y muebles viejos. He estado tan ocupado desde que llegué al castillo que es la primera vez que las veo. Recuerda decir mañana al ama de llaves que abra estas ventanas. Las cortinas de damasco están hechas pedazos. Haré que las quiten y que se lleven estos muebles viejos.
—¡Señor! —dijo Henri—, aquí hay una butaca tan llena de polvo que más que otra cosa recuerda las que hay en el Louvre.
—Sí —dijo el conde, deteniéndose un momento para contemplarla—, hay una larga historia relativa a este sillón, pero no tengo tiempo ahora de contarla. Prosigamos. Son más habitaciones de las que pensaba, y han pasado muchos años desde que las vi por primera vez. Pero ¿dónde está la alcoba de la que hablabas, Ludovico? Éstas sólo son antecámaras del gran salón. Las recuerdo cuando estaban en todo su esplendor.
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
ClássicosItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...