Así son esas densas y tenebrosas sombras húmedas,
que se ven en osarios y sepulcros
dilatadas, y extendidas, por una sepultura nueva.
MILTON
Al día siguiente Montoni envió una segunda excusa a Emily, que se sorprendió por ello. «¡Es muy raro! —se dijo a sí misma—. Su conciencia le dice que retrase mi visita, y él la difiere, para evitar una explicación». Casi tomó la decisión de hacerse la encontradiza, pero el terror detuvo sus intenciones, y el día transcurrió para Emily como el anterior, excepto con un mayor grado de expectación por lo que se refería a la noche, que agitaba la calma que había prevalecido hasta entonces en su mente.
A la caída de la tarde, la segunda parte del grupo que había hecho la primera incursión en las montañas regresó al castillo. Según entraban en los patios, Emily en su remota habitación oyó sus gritos y sus voces exaltadas, como las orgías de las furias en algún horrible sacrificio. Incluso temió que fueran capaces de cometer algún acto de barbarie; una suposición de la que Annette la liberó al decirle que aquellos hombres sólo se entretenían con el botín que habían traído con ellos. Esta circunstancia le confirmaba de nuevo su creencia de que Montoni se había convertido efectivamente en capitán de bandidos y que ¡esperaba recuperar su perdida fortuna con las riquezas de los viajeros! Cuando consideró todos los detalles de su situación —en un castillo armado, casi inaccesible, retirado entre montañas salvajes y solitarias, a cuyas distantes faldas se asentaban ciudades y villas, por las que ricos viajeros pasaban continuamente—, aquello parecía ser la mejor situación de todas para que tuvieran éxito los actos de rapiña y cedió definitivamente a la idea de que Montoni se había convertido en capitán de ladrones. Su carácter, sin principios y sin conciencia, cruel y aventurero, parecía coincidir con la situación. Endurecido en el tumulto y en las batallas de la vida, era igualmente ajeno a la piedad y al temor; su mismo coraje era una especie de ferocidad animal; no el noble impulso de un principio, como el que inspira la mente contra el opresor, en la causa del oprimido; sino la dureza constitucional de un temperamento que no puede sentir y que, en consecuencia, no puede temer.
Las suposiciones de Emily, aunque naturales, eran en parte erróneas, ya que desconocía el estado de aquel país y las circunstancias bajo las que se conducían en parte las frecuentes guerras. Los ingresos de muchos de los estados de Italia eran entonces insuficientes para soportar ejércitos permanentes, incluso durante cortos períodos, que los turbulentos hábitos, tanto de los gobiernos como de las gentes, permitían pasar en paz y surgió un tipo de hombres, desconocido en nuestro tiempo, pero claramente descrito en su propia historia. Los soldados, licenciados al término de cada guerra, no podían regresar a ocupaciones no rentables de la paz. En ocasiones se pasaban a otros países y se introducían en los ejércitos que seguían en lucha. Otras, se reunían ellos mismos formando bandas de ladrones y ocupando fortificaciones remotas. Sus caracteres desesperados, la debilidad de los gobiernos a los que habían atacado y la seguridad de que volverían a ser llamados a los ejércitos, cuando su presencia fuera de nuevo requerida, les prevenía de ser perseguidos por el poder civil; y, en algunos casos, confiaban su fortuna a un jefe popular, uniéndose a él, y por el que eran llevados a prestar servicio en algún estado, que se establecería con el precio de su valor. De esta última práctica surgió el término condottieri; una palabra que asustaba en toda Italia durante un período que concluyó en la. primera parte del siglo XVII, pero cuyo comienzo no se puede señalar con tanta seguridad.
Las disputas entre los pequeños estados eran entonces, en la mayoría de los casos, asuntos exclusivos de ambos, y las probabilidades de éxito se estimaban, no por la formación, sino por el valor personal del general y los soldados. La habilidad, que era necesaria para conducir las tediosas operaciones, era valorada en muy poco. Bastaba con saber cómo una partida podía ser conducida contra sus enemigos, con el mayor secreto, o llevada en el orden más compacto. El oficial debía precipitarse en medio de la situación, en la que, de no haber sido por su ejemplo, los soldados no se habrían aventurado; y, como los grupos opuestos sabían poco de la fortaleza del otro, los acontecimientos del día quedaban con frecuencia decididos en la sorpresa de los primeros movimientos. Los condottieri eran extraordinarios en tales servicios, y en ellos, en los que siempre se veían concluidos con el éxito, sus personalidades adquirían una mezcla de intrepidez y libertinaje, que asustaba incluso a aquellos a los que servían.
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
KlasikItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...