Ahora es el momento de la noche
en que todos los sepulcros abiertos en un bostezo,
cada uno deja a la vista su duende,
en el sendero del camino de la iglesia.
SHAKESPEARE
Ala noche siguiente, alrededor de la misma hora que la anterior, Dorothée acudió a la habitación de Emily con las llaves del grupo de estancias que habían sido utilizadas particularmente por la difunta marquesa. Se extendían a lo largo del lado norte, formando parte del edificio viejo. Como la habitación de Emily estaba en el sur, tuvieron que cruzar gran parte del castillo, y por las habitaciones de varios miembros de la familia, cuya observación Dorothée estaba ansiosa por evitar, puesto que podrían despertar preguntas y levantar informaciones que habrían desagradado al conde. En consecuencia le pidió a Emily que esperara media hora antes de aventurarse en aquella dirección, y que debían estar seguras de que todos los criados se habían acostado. Era casi la una cuando el castillo se quedó en total silencio y Dorothée pensó que era prudente abandonar la habitación. Durante aquel tiempo su ánimo parecía profundamente afectado por el recuerdo de los pasados acontecimientos, y por la idea de entrar de nuevo en los lugares en los que habían ocurrido y que no había visitado durante tantos años. Emily también estaba afectada, pero sus sentimientos tenían menos de solemne y de temor. Salieron al fin del silencio que las reflexiones y la expectación les habían provocado y abandonaron la habitación. Al principio Dorothée llevaba la lámpara, pero su mano temblaba de tal modo por la inseguridad y la preocupación que Emily la tomó de sus manos y le ofreció su brazo para que apoyara sus débiles pasos.
Tuvieron que bajar por la gran escalera, y, tras cruzar una amplia parte del castillo, subir por otra que conducía al grupo de habitaciones al que se dirigían. Caminaron cautelosamente por el pasillo que rodeaba el gran vestíbulo al que daban las habitaciones del conde, la condesa y Blanche, y desde allí descendieron por la escalera principal y cruzaron el propio vestíbulo. Tras rebasar el de los criados, en el que los rescoldos de la leña seguían brillando en la chimenea, y donde la mesa de la cena estaba rodeada por sillas que obstruían su camino, llegaron al pie de la escalera trasera. Dorothée se detuvo, miró a su alrededor, y dijo:
—Escuchemos —dijo—, por si alguien está levantado. Mademoiselle, ¿oís alguna voz?
—Ninguna —dijo Emily—, evidentemente no hay nadie levantado en el castillo, aparte de nosotras.
—No, mademoiselle —dijo Dorothée—, pero nunca he estado aquí a esta hora y, por saber lo que sé, no puedo evitar mis temores.
—¿Qué es lo que sabes? —preguntó Emily.
—¡Oh, mademoiselle, no tenemos tiempo para hablar! Vayamos. Esa puerta de la izquierda es una de las que debemos abrir.
Continuaron, y al llegar al final de la escalera, Dorothée metió la llave en la cerradura.
—¡Ah! —dijo mientras trataba de darle la vuelta—, han pasado tantos años que me temo que no cederá.
Emily tuvo más éxito y entraron en una habitación espaciosa y antigua.
—¡Por fin! —exclamó Dorothée al entrar—. La última vez que crucé esta puerta, ¡seguía aquí el cuerpo de mi señora!
Emily, asustada por el hecho y afectada por la oscuridad y por el aire solemne de la habitación, guardó silencio y pasaron a través de una serie de habitaciones, hasta que llegaron a una más espaciosa que las restantes y más rica en los restos de su desaparecida magnificencia.
ESTÁS LEYENDO
Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
ClassicsItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...