Capitulo Tres

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¡Oh, cómo puedes renunciar a la abundancia infinita

de encantos que la naturaleza a sus votos otorga!

El canoro bosque, la resonante playa,

la pompa de la enramada, y el adorno de los campos;

todo lo que ilumina el alegre rayo de la mañana,

y todo lo que resuena en la canción apacible;

todo lo que resguarda el seno protector de la montaña,

y toda la asombrosa magnificencia del cielo.

¡Oh, cómo puedes renunciar y esperar ser perdonado!

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Estos encantos influirán en la salud eterna de tu alma

y te darán amor, y la dulzura, y felicidad.

THE MINSTREL 


St. Aubert, en lugar de tomar el camino más directo, que corre a lo largo del pie de los Pirineos a Languedoc, e ligió uno que, bordeando las alturas, permite vistas más amplias y mayor variedad de escenarios románticos. Se desvió un poco de su camino para despedirse de monsieur Barreaux, al que encontró en sus trabajos de botánica en un bosque cercano a su castillo, y quien, cuando fue informado de los propósitos de la visita de St. Aubert, expresó un grado de preocupación que su amigo nunca hubiera creído posible que sintiera en tal ocasión. Se separaron con mutuo sentimiento.

—Si hay algo que pudiera haberme tentado en mi retiro —dijo monsieur Barreaux— habría sido el placer de acompañaros en esa pequeña gira. No suelo ofrecer cumplidos, por lo que podéis creerme cuando os digo que esperaré vuestro regreso con impaciencia.

Los viajeros continuaron su camino. Según subían, St. Aubert volvió varias veces la vista hacia el castillo, que quedaba en la llanura; tiernas imágenes cruzaron su mente y su melancólica imaginación le sugirió que no regresaría. Así estuvo volviéndose continuamente para mirar, hasta que la imprecisión de la distancia unió su casa al resto del paisaje, y St. Aubert parecía

«Arrastrar en cada paso una prolongada cadena.»

Él y Emily continuaron sumidos en silencio durante algunas leguas, del que Emily fue la primera en despertar, y su imaginación juvenil, conmovida por la grandeza de todo lo que les rodeaba, fue cediendo gradualmente a impresiones más gratas.

El camino descendía hacia los valles, abiertos entre los tremendos muros de roca, grises y áridos, excepto donde los arbustos ocupan sus cumbres o zonas de vegetación cubren sus recesos, en los que es frecuente ver saltar a las cabras.

El camino les llevaba hacia las elevadas cumbres, desde las que el paisaje se extendía en toda su magnificencia.

Emily no podía contener su emoción al ver los bosques de pinos en las montañas sobre las vastas llanuras, que, enriquecidas con árboles, pueblos, viñedos, plantaciones de almendros, palmeras y olivos, se extendían a todo lo largo, hasta que sus variados colores se mezclaban en la distancia en un conjunto armonioso que parecía unir la tierra con el cielo. A través de toda aquella escena gloriosa se movía el majestuoso Garona, descendiendo desde su nacimiento entre los Pirineos y lanzando sus aguas azules hacia la bahía de Vizcaya.

La rudeza de aquel camino nada frecuentado obligaba en ocasiones a los viajeros a bajarse de su pequeño carruaje, pero se sentían ampliamente compensados de estas pequeñas inconveniencias por la grandeza de las escenas; y, mientras el mulero conducía a los animales lentamente sobre el suelo abierto, los viajeros disfrutaban de la soledad y se complacían en reflexiones sublimes, que suavizan, mientras elevan, el corazón y ¡lo llenan con la certeza de la presencia de Dios! No obstante, St. Aubert parecía rodeado de esa melancolía pensativa que da a cada objeto un tinte sombrío y que hace que se desprenda un encanto sagrado de todo lo que nos rodea.

Los Misterios de Udolfo - Ann RadcliffeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora