¿Y no reposará en la muerte
con la verdad de gratos susurros
su alma desaparecida?
¿No humedecerá con lágrimas su tumba?
SAYERS
Ala mañana siguiente, Emily acudió temprano a la habitación de madame Montoni, que había dormido bien y estaba bastante recuperada. Su ánimo se había reconfortado con su salud y había revivido su resolución de oponerse a las exigencias de Montoni, aunque luchaba con sus temores, que Emily, que temblaba por las consecuencias de su continuada oposición, se decidió a confirmar.
Su tía, como ya se ha visto, era de un modo de ser que disfrutaba con la contradicción, que le había enseñado, cuando las circunstancias desagradables se habían ofrecido a su comprensión, a no tratar de llegar a la verdad, sino a buscar medios y argumentos con los que podían hacerles aparecer como falsos. Llevaba tanto tiempo sumida en esta propensión natura, que no tenía conciencia de poseerla. Las muestras de preocupación de Emily, despertaron su orgullo, en lugar de alarmarla o convencerla de su juicio, y seguía confiando en el descubrimiento de algún medio por el que pudiera evitar someterse a las peticiones de su marido. Considerando que si pudiera escapar del castigo, podría enfrentarse a su poder y, obteniendo una separación definitiva, vivir confortablemente en las propiedades que seguían siendo suyas, informó de esa posibilidad a su sobrina, quien coincidió en que sería la solución de su problema, pero dudó de la probabilidad de lograrlo. Le parecía imposible cruzar las puertas, aseguradas y guardadas como estaban, y el extremo peligro de confiar su proyecto a la indiscreción de un criado que pudiera traicionarla intencionadamente o descubrirlo de modo accidental. La venganza de Montoni sería imposible de contener si se descubrían sus intenciones; y, aunque Emily deseaba tan profundamente conseguir su libertad y regresar a Francia, se preocupó únicamente de la seguridad de madame Montoni, sin dejar de aconsejarla que accediera a la petición sin peores ofensas.
Las emociones encontradas continuaron anidando en el pecho de su tía, que no abandonaba la idea de hacer efectiva la oportunidad de escapar. Mientras estaba en ello, Montoni entró en la habitación, y, sin preocuparse por la indisposición de su esposa, dijo que venía a recordarle lo desaconsejable que era jugar con él y que le concedía únicamente hasta la tarde para decidir si accedía a sus demandas, o le obligaba, con su rechazo, a hacer que la trasladaran al torreón del este. Añadió que un grupo de caballeros cenarían con él aquel día, y que esperaba que se sentara a la cabecera de la mesa, en la que Emily también debería estar presente. Madame Montoni estaba a punto de negarse a ello también, pero considerando de pronto que su libertad durante aquel entretenimiento, aunque limitado, pudiera favorecer sus planes, condescendió aparentando que lo hacía de mala gana, y Montoni, poco después, salió de la habitación. Su orden conmovió a Emily con sorpresa y temores, que se vino abajo ante la idea de verse expuesta a las miradas de los desconocidos, como su imaginación le decía que sería, y las palabras del conde Morano, que volvieron a su mente, incrementaron dichos temores.
Cuando se retiró a prepararse para la cena, se vistió incluso con más sencillez que de costumbre, para tratar de escapar a la observación de los invitados. Una decisión que no le sirvió de mucho porque al volver a la habitación de su tía, se encontró con Montoni, quien censuró lo que él llamaba su remilgada apariencia, e insistió en que debía llevar el traje más espléndido que tuviera, e incluso el que le habían preparado para su proyectada boda con el conde Morano, que, como se descubrió en ese momento, su tía se había cuidado de traer con ella de Venecia. Había sido hecho, no al estilo veneciano, sino conforme a la moda napolitana, para destacar la silueta y la figura al máximo. Con él, sus hermosos rizos castaños se recogían negligentemente con perlas, cayendo después sobre la nuca. La simplicidad que había buscado madame Montoni en aquel vestido era espléndida y la belleza de Emily no había aparecido nunca tan cautivadora. Comprendía que la orden de Montoni no tenía otra intención que la ostentación de mostrar a su familia ricamente ataviada ante los ojos de los visitantes, y sólo su orden absoluta pudo evitar que se negara a llevar un vestido que había sido diseñado con un propósito tan ofensivo y menos aún llevarlo en aquella ocasión. Al bajar las escaleras para cenar, las emociones de su mente le hicieron sonrojarse, aumentando el interés de su expresión. Por timidez se había quedado en su habitación hasta el último momento, y, cuando entró en el salón, en el cual había sido dispuesta la cena, Montoni y sus invitados ya estaban sentados a la mesa. Se dirigió hacia donde estaba sentada su tía, pero Montoni hizo una señal con la mano y dos caballeros se pusieron en pie, para que se sentara entre ellos.
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
ClásicosItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...