La luz se oscurece, y el cuervo
mueve sus alas hasta el bosque rocoso:
las buenas cosas del día comienzan a caer, y se adormecen,
mientras los agentes negros de la noche despiertan a sus presas.
MACBETH
Mientras tanto, el conde De Villefort y Blanche habían pasado una grata quincena en el castillo de St. Foix con el barón y la baronesa, durante la cual hicieron frecuentes excursiones por las montañas y estuvieron encantados con la tosquedad romántica del paisaje de los Pirineos. El conde lamentó tener que decir adiós a sus viejos amigos, aunque con la esperanza de verlos pronto unidos en una sola familia, porque se estableció que monsieur St. Foix, que les atendía en Gascuña, recibiría la mano de Blanche tras su llegada al Chateau-le-Blanc. Como el camino desde la residencia del barón a La Vallée se extendía por una de las partes más agrestes de los Pirineos y los carruajes nunca hubieran podido pasar, el conde alquiló algunas mulas para él y su familia, así como una pareja de guías que estaban bien armados y que conocían todos los pasos entre las montañas y cada rincón del camino, y podían decirles los nombres de los puntos más altos de esta cadena de los Alpes, de cada bosque que se extendía por sus estrechos valles, las partes más suaves de los torrentes que debían cruzar y la distancia exacta de cada cabaña de pastores y de cazadores que pudieran encontrarse, porque el aprendizaje no necesitaba una memoria muy capaz, ya que los habitantes más simples conocían la zona a la perfección y habían recorrido aquellas regiones.
El conde salió del castillo de St. Foix a hora temprana con intención de pasar la noche en una pequeña posada en las montañas, aproximadamente a mitad de camino a La Vallée, de la que le habían informado sus guías. Aunque era frecuentada principalmente por muleros españoles en su camino hacia Francia y el acomodo no sería bueno, el conde no tuvo alternativa, ya que era el único lugar parecido a una posada que había en la ruta.
Tras un día de admiración y fatiga, los viajeros se encontraron a la puesta del sol en un valle frondoso, rodeado por todas partes por abruptas alturas. Habían recorrido muchas leguas sin ver casa alguna y oyendo únicamente de cuando en cuando en la distancia el sonido melancólico de las campanillas de las cabras; pero les llegaron de pronto las notas de una música alegre, y vieron a continuación, en un pequeño llano verde entre las rocas un grupo de montañeros en alegre danza. El conde, que no podía ver con indiferencia la felicidad del mismo modo que la desgracia de los demás, se llenó de gozo con esta escena de simple recreo. El grupo estaba formado por campesinos franceses y españoles, habitantes de unas cabañas próximas, algunos de los cuales interpretaban un baile animado, las mujeres con castañuelas en las manos, con los sonidos del laúd y del tambor, hasta que con una canción francesa la música pasó a un ritmo más suave y dos mujeres campesinas bailaron una pavana española.
El conde, comparándolas con las escenas alegres de las que había sido testigo en París, pensó que eran de falso gusto, y mientras trataban en vano de imitar el brillo de la naturaleza, ocultaban los encantos de la animación, en los que lo afectado distorsionaba los aires y el vicio pervertía las costumbres. Suspiró al pensar que las gracias naturales y los placeres inocentes florecen en lo agreste de la soledad, mientras se pierden en el concurso de la sociedad cultivada. Pero la extensión de las sombras recordó a los viajeros que no tenían tiempo que perder, y abandonaron al alegre grupo y prosiguieron hacia la posada que debía darles cobijo durante la noche.
ESTÁS LEYENDO
Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
ClassicsItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...