Capitulo Diez

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Adormecidos en las innumerables cámaras del cerebro

nuestros pensamientos están enlazados por muchas cadenas escondidas;

despierta uno al menos y ¡verás cuántos millares se levantan!

¡Cada uno imprime su imagen mientras el otro vuela!

PLACERES DE LA MEMORIA


Emily prosiguió su jornada sin incidentes a lo largo de las llanuras del Languedoc hacia el noroeste, y, en su regreso a Toulouse, que abandonó por última vez con madame Montoni, pensó mucho en el melancólico destino de su tía, quien, si no hubiera sido por su propia imprudencia, podría haber vivido feliz allí. Montoni también se presentó con frecuencia en su fantasía, tal como le había visto en los días de triunfo, distinto, espiritual y decidido; y cómo le vio después en los días de su venganza, y ahora sólo unos pocos meses después, ya no tenía el poder o la voluntad para afligir a nadie: ¡Había pasado a ser parte de la tierra y su vida se había desvanecido como una sombra! Emily habría llorado por su destino fatal si no hubiera recordado sus crímenes; por el de su desgraciada tía sí lloró, y todo su resentimiento por sus errores quedó oscurecido por el recuerdo de sus desgracias.

Otros pensamientos y otras emociones se sucedieron mientras Emily se acercaba a los paisajes tan conocidos de su primer amor, y consideró que Valancourt estaba perdido para ella y para sí mismo, por siempre. Al fin llegó al borde de una colina donde, cuando marchó a Italia, había dirigido la última mirada de despedida a su valorado paisaje, entre cuyos bosques y campos había paseado tantas veces con Valancourt y donde él se quedó a vivir cuando ella se marchó lejos, muy lejos. Vio una vez más la cadena montañosa de los Pirineos, situada sobre La Vallée, elevándose como nubes desvanecidas en el horizonte.

«Allí también está Gascuña, extendiéndose a sus pies —se dijo—: ¡Oh, mi padre, mi madre!¡Y allí también está el Garona —añadió, secándose las lágrimas que nublaban su vista—, y Toulouse, y la casa de mi tía y las ramas de su jardín! ¡Oh, amigos míos! ¡Os he perdido para siempre, nunca más os volveré a ver!» Sus ojos se cubrieron de lágrimas y continuó llorando hasta que una vuelta abrupta del camino que casi ocasionó que el carruaje volcara, le permitió ver otra parte del conocido escenario de los alrededores de Toulouse, y todos los pensamientos y las anticipaciones que había soportado en el momento en que le dio el último adiós acudieron con fuerza renovada a su corazón. Recordó con qué ansiedad había considerado el futuro, que habría de decidir su felicidad en relación con Valancourt, y qué temores depresivos la habían asaltado; las mismas palabras que había dicho, cuando lanzó la última mirada por aquellos campos, acudieron a su memoria. «¡Si pudiera estar segura —había dicho entonces—, de que volveré alguna vez y de que Valancourt seguirá viviendo para mí, me iría en paz!»

Ahora, aquel futuro, tan ansiosamente anticipado, había llegado. Estaba de nuevo allí, pero aparecía un terrible espacio en blanco. ¡Valancourt ya no vivía para ella! Ya no tendría ni siquiera la satisfacción melancólica de contemplar su imagen en el corazón, porque había dejado de ser el Valancourt que la había animado, el solaz de muchas horas desgraciadas, el amigo animoso que le había permitido enfrentarse a la opresión de Montoni, la esperanza distante que había iluminado sus tristes realidades. Al darse cuenta de que aquella idea amorosa había sido una ilusión creada por ella misma, Valancourt parecía aniquilado y su alma se estremeció por el vacío que dejaba. Su matrimonio con alguna joven rival, incluso su muerte, pensó, podría haberlo soportado con más fortaleza que este descubrimiento; porque, entonces, en medio de toda su desgracia, podría haber contemplado en secreto la imagen de bondad que su fantasía había dibujado de él y el consuelo se habría mezclado con su sufrimiento.

Los Misterios de Udolfo - Ann RadcliffeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora