El reloj de medianoche ha dado la hora; y escuchad, ¡la campana
de la Muerte suena despacio! ¿Oís las notas profundas?
Ahora se detiene; y ahora con creciente toque de difuntos,
esparce por el ventarrón del valle su tétrico sonido.
MASON
Cuando Montoni fue informado de la muerte de su esposa, y consideró que había muerto sin acceder a firmar lo que era tan necesario para el logro de sus deseos, ningún sentimiento de decencia contuvo la expresión de su resentimiento. Emily evitó ansiosamente su presencia, y veló, durante dos días y dos noches, con cortos intermedios, el cuerpo de su difunta tía. Su mente, profundamente impresionada por el desgraciado destino que había sufrido, olvidó todas sus faltas, las injusticias y su imperiosa conducta para con ella, y recordó únicamente sus sufrimientos con la más tierna compasión. Sin embargo, en algunos momentos no pudo evitar la idea de su extraña vanidad, que había sido tan fatal para su tía y que la había envuelto a ella misma en un laberinto de desgracias, del que no veía medio alguno de escapar, como había sido su matrimonio con Montoni. Pero, cuando consideraba esta circunstancia, se veía envuelta «más en pesar que en ira», más con el propósito de ceder a la lamentación que al reproche.
En sus cuidados piadosos no fue molestada por Montoni, quien no solo evitó la habitación en la que yacían los restos de su esposa, sino toda la zona del castillo alrededor de la misma, como si temiera el contagio de la muerte. Parecía que no había dado órdenes respecto al funeral y Emily empezó a temer que tuviera la intención de ofrecer un nuevo insulto a la memoria de madame Montoni; pero de estos temores se vio liberada cuando, en la tarde del segundo día, Annette le informó de que el entierro se celebraría aquella noche. Sabía que Montoni no asistiría, y resultaba tan desolador para ella pensar que los restos de su desgraciada tía pasarían a la tumba sin que algún pariente o algún amigo le ofreciera los últimos ritos, que decidió que no sería apartada por consideración alguna de cumplir este deber. De otro modo se habría sentido hundida ante la situación de seguirlos hasta la fría tumba, a la que serían llevados por hombres cuyo aire y cuyos rostros parecían los de unos asesinos, a la medianoche en silencio y en privado, hora que había elegido Montoni para ello, tal vez para olvidar las reliquias de una mujer cuya dura conducta había contribuido al menos a destruirla.
Emily, temblorosa por el temor y el dolor, ayudada por Annette, preparó el cuerpo para el entierro y, tras envolverlo en la mortaja de cera y cubrirlo con una sábana, se quedaron velándolo hasta pasada la medianoche, cuando oyeron los pasos de los hombres que habrían de llevarla a su cama en la tierra. Con grandes dificultades Emily se sobrepuso a su emoción, cuando, al abrirse la puerta de la habitación, sus rostros sombríos quedaron iluminados por las antorchas que llevaban, y dos de ellos, sin hablar, apoyaron el cuerpo en sus hombros, mientras el tercero los precedía con la luz y descendieron hacia la tumba, que estaba en el sótano más bajo de la capilla entre los muros del castillo.
Tuvieron que cruzar dos patios, hacia el ala este del castillo, anejos a la capilla, que estaba como ésta en ruinas. El silencio y lo sombrío de los patios no tenían poder para impresionar a Emily, preocupada con ideas mucho más tristes; y casi no oyó los bajos y desmayados sonidos de los pájaros nocturnos que anidaban entre las fortificaciones en ruinas, no percibió el aleteo de los murciélagos que se cruzaron varias veces en su camino. Pero, después de entrar en la capilla y pasar entre las columnas; los hombres se detuvieron ante unos escalones que conducían a una puerta baja y su compañero descendió para descorrer los cerrojos, vio desdibujado el terrible abismo que había más allá, el cuerpo de su tía llevado por aquellos escalones y la figura con aspecto rufianesco que estaba en pie al final de los mismos para recibirlo, y toda su fortaleza se perdió en la emoción de un terror y una desesperación inexpresable. Se volvió para apoyarse en Annette, que estaba llena de frío y temblando, y se quedó tanto tiempo en lo alto de la escalera que los rayos de la antorcha empezaron a desdibujarse entre las columnas de la capilla y los hombres más allá de su vista. En ese momento, las sombras que las rodearon despertaron otros miedos, y el sentido de lo que consideraba su deber le permitió superar las dudas, descendió hasta el sótano, siguiendo el eco de las pisadas y la débil luz que rompía la oscuridad, hasta el chirrido lejano de una puerta distante que se abría para recibir el cuerpo, que de nuevo la conmovió.
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Los Misterios de Udolfo - Ann Radcliffe
KlasikItalia - 1584 Emily St. Aubert ha perdido a sus padres, no tiene más remedio que irse a vivir con su tía, Madame Montoni, junto con su tío político, un diabólico vandolero, al gran castillo de Udolfo, , una nueva vida para la joven, pero la calma in...