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El cielo gris, el viento fresco y la lluvia que amenaza con caer en cualquier momento me dan un poco de paz.

Aunque no soy la gran fan de estos días, hoy me gusta.

Cierro mi cuaderno frustrada, sin ganas de más y miro hacia el cielo.

Nada mal.

—¡Oye! —Escucho a lo lejos el grito de alguien—. ¡Oye tú!

Miro hacia un lado y lo veo.
Un chico alto y delgado viene corriendo a toda velociadad y sigue llamando desesperado a alguien.

Observo detenidamente y me doy cuenta de que no hay nadie más además de mí en ese lugar.

—¿Yo? —Me pregunto a mí misma en voz baja.

—Oye tú —repite nuevamente y se sujeta de las rodillas para recuperar el aliento—. No lo hagas...

—¿Hacer qué? —Le pregunto confundida y sin entender.

—No saltes.

—¿Saltar? —Río seria y miro el panorama frente a mí.

El río Han.

—Yo no voy a saltar —le aseguro.

—¿No? —Cuestiona incrédulo—. Pero mírate. Estás sola, en un día gris. Parada en la orilla del río, del otro lado de la reja. ¡Parece un suicidio!

Sonrío ante su cara de preocupación y luego miro hacia el río, pensando un montón de cosas.

—Créeme, si tuviera en mente matarme, no estaría sola en este momento. Habría alguien aquí, a mi lado.

—Está bien, te creo —se pega lo más posible a la reja y extiende su mano hasta llegar a mí—, pero ven conmigo por favor, a este lado.

Me pongo de pie para darle una explicación y tomo mi mochila del suelo.

—Ya te dije que... ¡No! —Grito cuando veo las hojas volar de mi mochila directo hacia el agua—. Ahí va mi tarea de historia, todo es tu culpa.

—¿Mi culpa? Pero si yo sólo trato de ayudarte...

—Yo no te pedí ayuda.

Ignoro su mano por completo y me cruzo la reja molesta y sin verlo.

—Oye, ¿a dónde vas? —Me pregunta.

—A matarme a otro lado —le contesto y sigo caminando.

—¡Qué!

—Estoy bromeando —me detengo y extiendo ambas manos para detenerlo al verlo acercarse a mí—. Y no me sigas, no haré nada malo.

—Perdón por tu tarea...

—Es para el viernes, ¿ahora qué haré? Ah... —Digo frustrada.

—Te puedo ayudar en eso, si tú me ayudas en algo —me propone sonriente.

—¿Ayudarte? ¡Estás loco! —Me quejo y señalo hacia el río—. Es tu culpa que mi tarea esté allí, es tu deber ayudarme ahora.

—Bueno, sí. Está bien. Te ayudo con tu tarea, pero por favor llévame a comer a un buen lugar.

No me había percatado de que lleva una mochila demasiado grande y tiene un look como de viajero.

—¿No eres de aquí?

—No. Aunque viví años en esta ciudad, hacía mucho que no venía.

—Si viviste aquí, ¿por qué no vas a comer algo tú solo? —Le sugiero y me cruzo de brazos—. Me imagino que conoces el lugar.

Dark Paradise.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora