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Habían pasado dos días desde entonces, nos encontrábamos a viernes por la noche. Una desquiciada y aburrida noche de otoño. Nada ha sido diferente y las cosas seguían iguales, a excepción del ritmo cardíaco acelerado en mi corazón cada vez que Park Jimin estaba cerca, quizás tenía taquicardia. Y hablando del rey de Roma, tampoco había cruzado palabras algunas con el. Y hablar con nadie dentro de la casa se había vuelto una parte aburrida de mi rutina.

Me estaba cansando.

Siempre era lo mismo, llegar de la escuela y encontrarme con el hogar vacío, limpiar y luego preparar la cena, dormir.

Oficialmente me había convertido en la ama de llaves de los Park, o algo así. Definitivamente algo que no podía dejar de hacer y es que extrañaba demasiado estar en mi propia habitación mientras leía alguna historieta o veía algún anime en mi teléfono celular, ahora apenas podía acostarme. En otras palabras, necesitaba sólo salir de aquí y tomar aire fresco, del real y no del contaminado que había aquí.

Estar solo me hacía enloquecer y Hoseok solía pasar sus tardes practicando danza junto a Jimin. Taehyung había cambiado su horario para no encontrarse con mi mejor amigo, casual.

Ya había hecho a esta casa una parte de mí cuerpo, no tenía amigos además de Hoseok como para salir por las tardes y para hablar en términos claros, me estaba volviendo un completo hikikomori* con la diferencia de que al menos salía de casa para ir al colegio y luego volver.

Cansado y con la fatiga hasta la cabeza, metí las dos pizzas caseras que yo mismo había hecho al horno de la cocina e inmediatamente corrí hasta el refrigerador y saqué una lata de cerveza. Casi lloré cuando me di cuenta que era la última y que necesitaba comprar más. Maldije en voz baja mientras me sentaba en uno de los taburetes y bebía de la rica cerveza. Su gusto me calmó por completo y cerré los ojos mientras seguía bebiendo. Era tan deliciosa.

De repente, el maullido de Pucho me sacó de mis sueños junto a un mar de pura cerveza y volví a la realidad. Rasqué mi nunca y dejé la lata ya vacía en la mesada, me dirigí hasta un estante y saqué la comida del pequeño felino. Pucho era un lindo gatito y me gustaba observarlo mientras comía. Así que del pequeño frasco saqué su alimento y lo vertí en su plato de comida. Sonreí cuando el felino corrió para comer.

Todo hubiese seguido estando en paz y tranquilidad si el timbre de la casa no hubiese tocado nunca. Y supuse entonces quien era, la tortura había llegado junto a los recuerdos que lamentablemente yo estaba tratando de ignorar. Así que guardé el frasco de alimento en una de las alacenas y limpiándome las manos con una servilleta, yo había salido para encontrarme con la chica de cabello castaño.

Sumin se encontraba en la puerta, mirándome con una sonrisa mientras sostenía una revista en su mano. Levanté una de mis cejas y me abrí paso para dejarla pasar. No dijimos nada hasta que entramos a la casa y ella se sentó en uno de los tabuertes dentro de la cocina. Aspiró hondo y entonces me acordé de las pizzas que estaban en el horno y corrí para apagar aquella máquina. Ella rió.

-¿Haciendo pizzas?

Asentí sonriendo mientras sacaba una y la ponía en una tabla de madera. Olía exquisito y el queso derretido había quedado genial. Sonreí victorioso por haber funcionado en una técnica que mi papá me había enseñado tiempo atrás.

-Eso huele exquisito.- la oí decir.

-¿Quieres?- pregunté.

-Claro ¿No me envenenaré cierto?- rió burlona y negué con mi cabeza.- Entonces sí.

-Espero que te guste. - dije mientras ponía la pizza en la mesa y colocaba dos vasos en ella. Saqué el jugo de naranja tiempo después del refrigerador.

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