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La tarde estaba cayendo y traía consigo la helada noche. Los pájaros apenas cantaban y las hojas caféces eran dignas de ver, estas mismas cayendo de los árboles y bañando la acera con ellas. El aroma a un exquisito café caliente se sentía en el ambiente y mi estómago gruñó de repente.

-¿No irás a clases de baile hoy?- pregunté mientras abría el portón de la casa y Jimin caminaba detrás de mí.

-No, el profesor no puede enseñarnos hoy. - murmuró girándose para verme y encogió sus hombros. Sus manos metidas en cada uno de los bolsillos de su campera lo hacían ver más pequeño y sus mejillas rojizas por el frío junto con la punta de su nariz bañada en rojo estaban siendo una obra de arte para mís ojos. Asentí ante mis pensamientos y coincidí con Picasso para pintar un cuadro de Jimin. Lastima que yo no sabía ni siquiera trazar una línea recta en una hoja.

-Oh, eso es genial. - sonreí mostrando la hilera de mis dientes y cerré el gigantesco portón de la entrada. Comenzamos a caminar en dirección de la casa. Jimin enarcó una de sus cejas y rió divertido.

-¿Y por qué sería genial?- preguntó, su cuerpo girándose para verme con una sonrisa pícara en su rostro. Detuve mis pasos y mordí mi labio inferior. Jimin sonrió aún más.

Lancé una pequeña carcajada tiempo después y negué con mi cabeza.

-Quería preparar galletitas y que tú las probaras. Serás mi juez.

-¿Ah, sí? ¿E intoxicarme con ellas? - rió retomando su andar y con una sonrisa que tocaba hasta mis ojos, caminé detrás de él. - Paso, no quiero morirme intoxicado por tus galletitas de abuelitas. - Jimin entró dentro de la casa y tirando su mochila en el sofá, se giró a verme con una sonrisa gigantesca.

Esa sonrisa que solamente yo era el honrado de verla siempre. Y su entusiasmo me hizo temblar. Negué con mi cabeza y colgué mi mochila en el perchero quitándome así, el gigantesco abrigo que llevaba puesto.

-No tienes permitido negarte, de ninguna manera. - me acerqué a él y este rió haciendo que sus ojos se formaran un solo hilo con su sonrisa resplandeciente. 

Oh Dios, si tan sólo pudieses ver esta maravilla. Si tan sólo tú...

-No probaré tus galletitas.- aclaró e intentó ponerse serio junto con su rostro largo y ojos secos, pero fue imposible. En cuanto estuve cerca de él, rompió en una carcajada y escondió su boca en su mano derecha. Sonreí sintiendo como aquellas melodías entraban por mis oídos y como hacían bailar a mi corazón.

-¿Y probarías otra cosa, Park?- susurré cerca de su boca. Jimin sonrió y mi corazón golpeó mi pecho de repente. Observé sus labios gruesos y llenos, relamí los míos. Quería besarlo, maldita sea. Y es que ahora estaba nublado, todo en mi se había oscurecido. El sonido de los pájaros ya no se escuchaban y el aroma al café de las hojas cayéndose habían desaparecido por completo. Lo único que podía sentir era el sabor de los labios de Jimin en los míos.

-¿Cómo qué cosa, Jeon?- murmuró despacio, sus ojos viendo mis labios de repente y mis manos agarrando su rostro, acariciando sus mejillas con la yemas de mis dedos.

Jesús oígame usted ¿Por qué este chico es tan hermoso?

-Mí boca, por ejemplo. - susurré cerrando mis ojos y rozando mis labios con los suyos. De repente, todo pareció desaparecer en la sala. El ruido de mi corazón estaba amenazando con escucharse en toda la ciudad. Respiré profundo porque mis pulmones no estaban dejando pasar mucho aire y las ansias estaban atacando de nuevo.

-Eso sería maravilloso, chico del diez. - inmediatamente junté mi boca con la suya en un movimiento desesperado y mis manos acariciaron su cuello, su cabello bailó ante mis dedos y los brazos de Jimin rodearon mi cintura, llevándome hasta el con firmeza.

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