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El taxi siguió su recogido hasta la estación de trenes que quedaba un poco alejado de Busan. Dentro se podía escuchar la radio encendida, en ella una canción de jazz se reproducía haciendo conjunto con los pequeños copos de nieves que caían a través del cristal y se derretían en la acera, el olor a tabaco rancio inundando mis fosas nasales. Mi padre mantenía su mirada fría plasmada al frente, como si estuviese calculando algo en su mente, mientras que mi corazón se helaba con cada metro recorrido por el automóvil y dolía a medida que se alejaba de su otra mitad.

No diría nada por ahora. Era como si fuese que alguien me había robado la voz para siempre. Sentía un nudo en mi garganta y la impotencia adueñándose de todo mi ser.

Lágrimas caían unas tras otras mientras mordía mis labios y miraba hacia la acera, como si fuese que los parámetros cambiarían en un instante y entonces yo estaría volviendo a casa de Jimin para siempre. Quería abrir mi maldita boca y decir tantas cosas, desahogarme y tirar toda la basura de mi estómago, las ansias de golpear a mi padre eran demasiadas; pero tenia una cadena atada en mis manos y piernas que no me dejaban intentarlo. Y entonces cada vez nos íbamos alejándonos más, cada vez en la radio sonaba una canción diferente y cada vez mis penas parecían no acabar jamás.

Tenía el lado bueno de las cosas, me llevaba conmigo aquellas con las que había convivido en esa casa desde el primer día en el que había puesto un pie y me había asustado al caminar por el sendero rodeado de gigantescos árboles. Y a él, lo recordaba sentado leyendo Harry Potter como si no le importase nada más que el contenido de aquel libro. Ahogué otro dolor mientras mi padre tecleaba algo en su teléfono celular y el taxista tarareaba una canción cuyo nombre desconocía por completo.

El llegar a la estación de trenes había sido lo peor. La personas me miraron raro mientras subía al tren y me sentaba al lado de mi papá, quien furioso le gritaba al teléfono. Quizás mi cara llena de lágrimas había llamado la atención de todos o había sido el loco de papá que no paraba de maldecir a medio mundo. El frío cada vez estaba más peor y los recuerdos mientras el tren se ponía en marcha iban inundando mi mente como una tortura. Seúl parecía ser grande, aunque lamentablemente no le había tomado demasiada atención porque el frío aquí era más intenso y yo no estaba tan abrigado como para aquella temperatura. Me reí de mi mismo porque no hacía menos de tres horas le había dicho a Jimin que seria muy estúpido si no se abrigaba como correspondía.

El hotel no era uno de esos costosos, pero tenía lo necesario para pasar la noche. Podía mirar la ciudad de Seúl entera a través de la ventana, y a los lejos, el mar me saludaba con las olas azules y la arena amarilla a su alrededor. Sentía como si todo esto se trataba de un mal sueño, pero sabía que no era así. Me desilusioné por completo de mis palabras porque realmente hubiese querido que se tratara de un mal sueño como los que solía tener a veces.

Era tan ridículo toda esta situación, y pensar que hace poco estuve tan feliz en los brazos de aquel pelinegro y ahora me encontraba sollozando mientras veía el mar oscuro a través de la ventanilla.

Papá había entrado y entonces ataqué. Como si fuese un preso que estuvo en prisión por muchos años y era cedido a la libertad, mis cadenas se rompieron y el hundimiento en mi garganta desapareció por completo.

-¡¿Por qué haces esto?! ¡¿Por qué me haces esto?!- grité acercándome a él, podía jurar que mi grito había traspasado mis más altas barreras que tenía hacia mi papá quien hablando por teléfono, cortó la llamada y me miró molesto.

-¡Eres tú el malcriado que no entiende!- exclamó. Perplejo lo miré como si ahora mismo estuviese interactuando con un desconocido. Fruncí mis cejas hasta que mi frente dolió, y dolió como mi corazón en el pecho pidiendo algún tipo de ayuda, algo que pudiera detenerme y colocarme en mi lugar.-¡Te traje aquí porque se adelantaron los hechos y corrías peligro! ¡Y aún así sigues quejándote de esta mierda!

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