Elevó su muñeca para verificar la hora, evidentemente, eran las dos y treinta y cinco de la madrugada. Alice estiró hacia atrás su cuello, había llegado hace un poco más de tres horas y ya se sentía exhausta. Vigiló de reojo las escaleras de la entrada, Lavrov no había aparecido.
Se apoyó sobre la barra luminosa, sostenido el rostro con sus manos. Graznó desganada.
—¿Tomando tu segundo aire? — se burló Jess, llegando con su constante caminar salvaje.
Alice se tomó unos segundos para apreciarle. Jess Bell era propietaria de una belleza punzante y peligrosa, tenía unos ojos aniñados que se acoplaban a una sonrisa soñadora, sin embargo, valoraba tanto la verdad que, en su intento de aferrarse a ella, la manifestaba con violencia.
Abrió la boca para responderle, pero una grotesca voz las interrumpio.
—Hey, hermosa, quiero otra de estas. ¿Si? — le pidió un borracho, señalando su botella de cerveza casi por la mitad.
Jess se reía a lo lejos. Alice apoyó las manos en la cintura. —¿No crees que deberías bebértela antes de pedir otra? ¿Qué tienes miedo que te roben las demás? — se burló con amargura.
Los demás hombres esparcidos a lo largo de la barra se rieron y le celebraron aquel chiste con maldad. Sin embargo, Alice le tendió la botella helada y se la destapó.
—Gracias, lindura— le gruñó, avergonzado.
Alice recostó sus brazos sobre aquel pequeño espacio, en el final de la barra, libre de hombres borrachos que la molestaran, más bien; frente a Harry.
Harry había vuelto del baño hace pocos minutos. Sonrió hacia su mejor amigo, quién la había acompañado toda la noche, de vez en cuando se hundían triviales conversaciones, hasta que Alice era interrumpida para atender alguna mesa o cliente. Harry, sin embargo, se mantenía risueño, demostrando aquél innato acompañamiento moral.
—¿Ya te quieres rendir? — la molestó, llevando a su boca la botella de Heineken.
—Cállate, Palmer.
Alrededor de diez robustos hombres, esperaban ser atendidos por Alice Roselline. Algunos parecían unos vaqueros roqueros, con sus barbas espesas y sus gorros de aquel estilo de cuero negro, otros simplemente eran motoqueros. Tenían algo en común; todos molestaban con estúpidos comentarios y mirada a la pequeña Alice.
Si el policía, Harry Palmer, no estuviera allí sentado, con su sonrisa socarrona y su circunspecta protección, ella no hubiera durado más que diez segundos.
Se ató su caballera castaña en una alta coleta.
—¿Te está gustando el lugar? — se burló la morocha, guardando un fajo de billetes en su cargo negro.
Alice la destrozó con su mirada. —¿Tú que crees?
La morocha intentó ocultar su burlona sonrisa. —No te preocupes, es porque eres nueva. Es su trabajo asustarte— dijo señalando con la mirada los vagos que se reían entre sí. —Aparte los findes se pone de puta madre. Vienen bailarinas y todo.
Alice arqueó una afilada ceja. —¿Esa fue idea tuya o de Roy?
La risotada de Jess fue lo que obtuvo por respuesta. A sí mismo, tragó duro y revolvió su cabello. —¿Viste el piso de arriba?
—¿Tienen piso arriba? — cuestionó la de menor altura. Las luces de neón colgantes del techo recomendaban no mirarlas directamente, puesto que causaban un dolor de cabeza considerable.
Siguió el dedo de Jess, observando que evidentemente, un segundo piso dejaba ver pequeño grupo de personas apoyadas sobre las barandas de un palco daban una vista perfecta para los escenarios con tubos metálicos en medio. Sin embargo, detrás de ellos, Alice divisó una cabellera rapada y una espalda ancha.
ESTÁS LEYENDO
No puedo enamorarme (de ti) - CANCELADA
Acción«Roy sólo amaba dos cosas en su desastrosa vida; los autos rápidos y a ella.» «Cuando el amor termina; la locura comienza»