«37» Fantasma

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 Charlie Green no había vuelto al día siguiente, tampoco al próximo. En realidad, Charlie no había vuelto en todo el fin de semana. Le enviaba constantes mensajes a Alice sobre qué estaba haciendo (trabajando con nuevos corredores y más cosas que a ella no le importaban), especialmente para apaciguar su ira.

Pero no había ira que apaciguar; Alice, aunque lo había extrañado bastante, tuvo tres días en la vida de una excéntrica millonaria. Y no le molestaba en absoluto.

Esta tarde había un sol envidiable. Estaba en un sillón inflable color verdón en medio del lago de Charlie Green, se bronceaba con un traje de baño rosado y arrojaba la pelota de goma cada vez que Ragnar la llevaba hacia ella. A Alice todavía le parecía divertido que –supuestamente- Ragnar era un perro de seguridad.

Había sacado todos los parlantes del equipo de música del señor Green al jardín y la música, casi a su máximo volumen, no podía molestar a ningún vecino, ya que no había rastros de casas que no se alejaran más de cien kilómetros.

Alice cantaba sin preocupaciones, acomodando los lentes oscuros sobre su nariz. Aquellos eran parte del regalo del señor Green, como el bikini que llevaba puesto y otras treinta prendas que había encargado para ella. Alice se sentía tan mimada como una princesa.

—Señorita...— escuchó una dulce voz entre la estruendosa música y se volteó para observar a un niño pequeño – de tal vez, diez años- parado al final del puente que había sobre el lago, con un vaso transparente en sus manos. —Su jugo.

Alice sonrió, intentando acercarse a la orilla, remando con sus manos, sobre el inflable. —Hola cariño— habló dulce. —¿Quién dijiste que te manda eso?

—Betty, mi mama— dijo estirándose para tenderle el jugo. Que en realidad era una sangría.

—No sabía que Betty tenía un hijo. ¿Cómo te llamas, cariño?

—Bran. Yo también trabajo acá, paseo a Ragnar los lunes y jueves.

Alice alzó las cejas. —¿A Ragnar? Pero debes necesitar mucha fuerza para pasearlo.

—Sí, señorita Alice, pero yo soy muy fuerte.

Alice rio luego de darle un largo trago a su bebida. —Lo veo, Bran, lo veo. ¿Te lo llevaras ahora?

El chico con rizos en negro asintió, provocando que le cubrieran los ojos. —Si terminó de jugar con él, sí señorita.

Las mejillas de Alice se sonrojaron un poco, y asintió rápidamente. —Puedes llevártelo, y gracias por traerme mi jugo.

—Hasta luego, señorita Alice.

Alice se despidió agitando la mano, observando como el chico corría hacia el interior de la casa y Ragnar iba detrás de él, casi tropezándose con sus propias patas. Sintió el pecho apretársele un poco al ver esa escena; el perro doblaba el tamaño de Bran y si no lo conociera, Alice hubiera corrido en auxilio de niño. Pero confiaba en que aquél animal no era más que de apariencia peligrosa, en realidad, era casi un cachorro.

Se bajó con cuidado del inflable, hundiendo su cuerpo en el lago hasta por debajo del busto y caminó sobre las pequeñas piedrecitas hasta la orilla. Debía ir a su casa por el resto de sus pertenecías.

¿Realmente viviría con Charlie Green?

Corrió emocionada hacia la habitación que, según Charlie, le pertenecía sólo a ella, dónde podría tener sus cosas y dormir con Ragnar en la cama –ya que a él no le gustaba eso. Alice se duchó y se vistió con el mejor vestido que el señor Green le había regalado; era ajustado sobre el escote y cintura, y luego caía libremente, blanco con pequeños lunares oscuros, la hacía ver más elegante y adulta.

No puedo enamorarme (de ti) - CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora