Alice había rondado por la victoriana mansión por mucho –mucho- más tiempo del que hubiera preferido; había vuelto a charlar con Madame Pourriat y su quinto marido sobre la adolescencia de Charlie Green.
Habría preferido que le contara sobre cómo el joven había remplazado a su padre a tan temprana edad, en cómo se había vuelto tan respetado y experimentado en todos sus negocios, sin embargo, escuchó un horrible monólogo (que con cada copa de vino ganaba más inentendibles palabras en francés) sobre cuántas chicas había conquistado el rubio y lo fácil que podía salir de una indeseada situación con mentiras elegantes y una gracia heredada por todo Green.
Ahora paseaba por los pasillos deshabitados, los invitados que pasarían la noche allí entraban a las habitación con risitas borrachas o dando los portazos más osados.
Se sujetó de una pequeña mesa decorativa para recobrar el equilibrio en su postura, luego de cinco copas de champagne y todos los invitados que Madame le había presentado y que no había memorizado ningún nombre, todo bajo la ausencia Charlie Green, Alice lo había dado a la fuga. Ya había ensayado y memorizado todos los juramentos que le diría.
—Disculpe.
Alice llamó al hombre en traje de pingüino que limpiaba lo que los huéspedes habían roto o arrojado al suelo sin preocupación.
—Señorita, ¿puedo ayudarla en algo?
El hombre arqueó una ceja cuando Alice se apoyó en su hombro para sacarse los tacones, con un gemido de dolor.
—Sí. No tengo ni idea cual es mi habitación...— hipó. —Vine con el señor Green. Alto. Rubio. Sonrisa del millón... Me invitó y me dejó tirada.
Las comisuras del hombre se elevaron muy sutil mente ante el tono socarrón con el que había pronunciado la palabra señor.
—Permítame acompañarla, señora Green.
Alice comenzó a caminar con la mano del hombre en su espalda baja. —¿Señora? Tengo veintitrés, para tu información. No soy ninguna señora.
—Por supuesto, seño- señorita, no quise ofenderla.
Lo apuntó con un dedo, entornando los ojos. Fue algo en su expresión de sorpresa que hizo doler el estómago de Alice.
—Y él sólo es diez años mayor que yo— aclaró. —Trece.
El camarero boqueó asintiendo. —Señorita... no estaba... No fue mi intención...
—Sí estabas— lo acusó y tuvo que sostenerse del marco de una puerta al final del pasillo. —Con esa miradita de "Wow, a ella le gusta cogerse viejos". Pues no, él no es viejo.
Lo vio sonreír mientras abría la puerta para que ella se adentrara. —Lo lamento, nuevamente, señorita. Esta es su habitación, si necesitara cualquier cosa sólo debe comunicase con recepción.
Alice estuvo a punto de cerrarle la puerta en la cara, demasiado mal humorada con la ausencia de su acompañante como para fingir ser cortes, pero cierto rostro conocido apareció caminado detrás del camarero y Alice se apresuró en llamarle.
—¡Erik! — se acercó a él, alborozada de ver a alguien que con quien sí había disfrutado pasar la noche.
El muchacho observó sus pies descalzos, su cabello despeinado y casi podía asegurar que el maquillaje de sus ojos se había corrido un poco.
—Victoria, ¿verdad? — la miró desconfiado mientras se acercaba a ella. El camarero ya se había marchado rodeando los ojos sin que Alice lo notara. —Lo lamento, no te reconocí sin tu Don Juan.
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No puedo enamorarme (de ti) - CANCELADA
حركة (أكشن)«Roy sólo amaba dos cosas en su desastrosa vida; los autos rápidos y a ella.» «Cuando el amor termina; la locura comienza»