89- Jura decir toda la verdad

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Narro yo:

Billy es empujado por los pasillos de la mansión con prisa, esquivando las jaulas y hombres que atraviesan a toda marcha los caminos transversales a su recorrido. Esa noche, la gran casa Lockwood le recuerda al paleontólogo a un hormiguero embravecido, revolucionado por la presencia de cientos de avispones asesinos que avanzaron de repente por sus túneles, sin avisar. Al menos eso piensa, luego de una larga carrera en las ciencias naturales y demasiados documentales de trasnoche, pero al instante se arrepiente del paralelismo. Las hormigas no enjaulan a los avispones para venderlos en una subasta. Las hormigas tienen el suficiente instinto de supervivencia como para saber que no deben meter a sus depredadores naturales al interior de sus propios nidos. 

El hombre que lo lleva del brazo dobla de repente, siguiendo de cerca el contenedor donde Blue ya chilla, bien despierta. Se adentran en un largo corredor oscuro, y otra vez, Billy es cambiado de dirección violentamente. Se siente como llevado al altar por una novia violenta, y de repente recuerda a su propia novia con tendencias a la violencia, y ahora no puede hacer más que pensar en ella y en que los espera afuera, junto con sus compañeros ya adentrados en el bosque. Se pregunta qué sucederá cuando la brigada de rescate de la híbrida, el ex marine y la agente secreta entren y quiebren la ya de por si delgada línea de control que contiene a este hormiguero de colapsar en caos. Se pregunta qué sucederá cuando las armas cargadas y los colmillos afilados se encuentren con la madre de su hijo, la mujer que le mintió, le suplicó que lo perdonara y le volvió a mentir, y sin embargo, no hace más que pensar en ella, en sus palabras firmes, en sus ojos inquietantes. Billy no puede evitarlo, porque él no es más que otra estúpida hormiga presa de un sistema complejo que no entiende. El sistema por el cual cientos de dinosaurios resucitados son llevados a una casa para ser subastados. El sistema por el cual, a pesar de todo, sigue amando a Andrea con todo su corazón.

-Aquí, doctor. Bienvenido a su última parada- indica el militar, al entrar a una sala fría y blanca que Billy reconoce al instante como un laboratorio. La jaula de Blue lo secunda y es dejada en la esquina de la gran galería. De un vistazo, reconoce máquinas incubadoras y computadoras de última generación, también cámaras de calor para los huevos y paneles repletos de fórmulas en frascos. Tiene la certeza de que ese lugar no es una simple instalación veterinaria: tienen recursos no sólo para atender animales, sino también para crearlos.

Al final del pasillo, Billy divisa un ventanal interior amplísimo, que ocupa todo el amplio de la pared. Al ver que nadie lo detiene, se acerca. 

Billy ve dinosaurios. Más dinosaurios de los que ha visto nunca en su vida.

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Cristina se mantiene en silencio durante el trayecto en ascensor. También cuando entran a la mansión, y recorre largos corredores y salas hasta que la pared se abre ante ella, y marcan el número del subsuelo al que se dirigen. Y lo hace porque le apuntan un rifle en la espalda, sí, pero además porque chillar y patalear le dificulta el pensar. Lo descubrió en sus tantas aventuras, y en la Isla Pena, sobre todo. Si pierda la calma, pierde la razón. Si pierde la razón, pierde su mente. Pierde su mente, y pierde su mejor carta para torcer el destino a su favor.

Por eso mientras bajan, contempla con cuidado toda la estructura de la casa, memoriza los corredores, oye con atención. Pasos, voces, maquinaria. Rugidos, sobre todo de herbívoros, cada tanto algún bramido de la tiranosaurio que ya se le hace familiar. Subsuelo dos, tres, cuatro. Las puertas automáticas se abren.

La galería aparece ante sus ojos llena de movimiento y sonidos, llena de órdenes de humanos y chillidos de animales, pero no tiene demasiado tiempo para observarla. El militar que la acompaña y el rifle que la escoltan la apuran por el pasillo hasta atravesar una puerta automática de vidrio, y luego una cuyo cartel reza área restringida, y luego empuja hasta sentarse en una silla frente a un escritorio. Alza la cabeza, despacio. El lugar está iluminado y lo reconoce como un despacho, aunque los modelos a escala de cadenas genéticas y artilugios colgados de las paredes le dan la paula de la profesión de su propietario. Como si lo hubiese invocado, la figura de bata blanca aparece por una entrada en el lado opuesto.

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⏰ Última actualización: Mar 12 ⏰

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