Capítulo 37: Recuerdos.

1.3K 55 7
                                    

Punto de vista de Harry:

Al llegar a casa de Paige note que no había nadie en casa, los autos de su padre no estaban y no había ningún ruido en el interior. Dí la vuelta a la casa, trepé por la escalerilla de madera justo bajo el balcón de Paige, me sujete fuerte y entre por las puertas de cristal, ya lo había hecho antes un millón de veces.

Aquel lugar no había cambiado mucho desde la última vez que estuve ahí. Las paredes habían dejado de ser rosa pálido ahora el café claro inundaba todas las paredes de la recámara. La pared donde Paige solía tener más de mil fotos seguía como antes, con la única excepción de que ya no había fotos mías ahí, más que las fotos que habían sido tomadas cuando éramos un par de infantes.

Estaba caminando hacia la cama cuando algo brillante llamó mi atención desde el peinador donde Paige solía tener sus joyeros, justo ahí estaba ese viejo guardapelo de oro con un pájaro tallado en el frente, presione el pequeño botón que había en el pico del ave y la joya se abrió, mi foto había desaparecido y era reemplazada por una de Ronan.

—¿Creiste que tu foto seguiría ahí?—preguntó tras de mí. Todavía llevaba puesto el uniforme y su mochila le colgaba del hombro.

—No, pensé que habría una de Trevor.—¿Por que mierda había dicho eso?

—Trevor es un chico maravilloso, pero es demasiado pronto.

—¿Demasiado pronto?—pregunté.—Han pasado más de cinco meses desde que rompimos.—río amargamente.

—Harry, que para ti lo nuestro no haya sido más que un juego no quiere decir que para mi también lo fue—respondió.—Por lo menos yo si creí que lo nuestro era real.

—¿Por que ya no lo llevas puesto? Recuerdo que no te lo quitabas nunca.—intenté desviar el tema.

—Ahora cuido esto.—dijo mostrando un nuevo collar, del cual colgaban dos anillos, uno de ellos era blanco, delicado y rodeado de diamantes, todo el anillo era de diamantes, mientras que el otro era dorado, delgado y con una gran piedra como adorno.—Son mucho más valiosos que esa reliquia.—explicó mientras se metía al baño. Cuando regresó llevaba puesto un vestido corto y sandalias.—Estuve investigando a mi mamá. Perdió todo el dinero que le quitó a mi padre y ya no le queda ni una sola libra de la herencia de mis abuelos, esta prácticamente en la calle.

—Siento oír eso—me disculpé.

—Lo tiene merecido.—contestó tranquila.—Me da miedo que pueda robarlos para venderlos y obtener algo de dinero con las joyas de mi familia. Estos anillos han estado en posesión de los Bradbury desde hace más de doscientos años.

—¿Crees que esta aquí para robarles?—pregunté. Ella asintió y guardo las joyas dentro de su playera.

—Ayer la atraparon robando los cubiertos de plata. Mi madre se volvió una ladrona, ya era mentirosa, infame y muchas otras cosas, pero jamás pensé que se volvería una vil ladrona.

—¿Recuerdas como solíamos ir a la playa todos juntos?—pregunté tratando de cambiar de tema, Paige se veía realmente afectada por la situación y era imposible no comprender lo que pasaba con ella, aunque también era difícil de imaginar el dolor que sentía.

—Lo recuerdo muy bien—dijo con una sonrisa.—Teníamos seis años cuando empezamos a viajar a Grecia, Santorini era un lugar muy hermoso en Julio.

—¿Por que dejamos de ir?

—Porque ambos creíamos que era mejor ir a esquiar. ¿Te acuerdas de cuando fuimos solos a los Alpes?—asentí recordando aquellas vacaciones extraordinarias.

Nuestros padres se rehusaron dejarnos ir solos, así que le pedí a mi prima Rose que nos acompañará y esa fue la única forma en la que pudimos ir, yo acababa de cumplir 12 y Paige aún tenía 11, ese fue, posiblemente el mejor verano de mi vida.

—¿Aún recuerdas las cataratas del Niágara?—pregunté. Ella sonrió y después soltó una ligera carcajada.

—¿No fue ahí donde...?—la interrumpí.

—Si, fue ahí—dije avergonzado, esa vez el cachorro de otro de los pasajeros me había hecho pipi encima, me dieron unas ganas tremendas de ahorcar a la pequeña bestia, pero tuve que aguantarlas.

—Nuestras madres eran las mejores amigas—recordó.—Mi mamá tenía todo lo que cualquier mujer pudiera desear y lo echó a perder.

Se nos fue una parte de la tarde platicando de nuestras interminables aventuras de niñez, como podíamos pasar todo el día juntos, la vez que queme el cabello de Paige cuando intentaba asar unos malvaviscos con una vela, ella se asustó tanto y yo no pude aguantar las risas.

¿Como era posible que hubiéramos cambiado tanto? ¿Cuando dejamos de ser aquellos niños despreocupados que soñaban con visitar todos los lugares encantados del mundo?

Con ver sonreír a Paige pude demostrarme algo, ella no había cambiado para nada, seguía siendo aquella chica dulce, educada y temeraria que había conocido desde siempre.

—Señorita, ya es hora del té, ¿Quiere que traiga una tetera a su balcón?

—Eso sería genial Eliza—respondió Paige abriendo la puerta.—¿Podrías traer galletas de mantequilla, chocolate y de esas que tienen fruta enmedio?

—Claro que sí, en un segundo las traigo. Buenas tardes, Señor.—Me saludó.

—Buenas tardes, Eliza.—le sonreí.

—¿Te quedas a tomar el té? Ya sabes que no aceptó un "No" por respuesta.

Saqué el teléfono de mi bolsillo pata comprobar que no fuera a llegar tarde. Al momento de presionar el único botón en la pantalla el reloj lanzó una imagen avisando que eran las 4:50 p.m. había dejado plantada a Mandy.

—¡Debo irme!—le avisé levantándome del sillón.—Lo siento Paige, quizá en otra ocasión.—Asintió y se sentó en sola cerca de la mesilla.

—Que te vaya bien. Recuerda que eres mi mejor amigo, te quiero mucho y siempre te querré.

Algo se removió en mi al verla tan frágil y sola, estaba siendo sincera conmigo, me necesitaba y yo no hacía nada más que ser un completo egoísta.

Para: Mandy

De: Harry.

Perdona que no haya podido llegar, Scarlett se puso algo enferma y tuve que llevarla al hospital, creí que me iba a desocupar rápido y perdí la noción del tiempo, prometo compensarte. Te quiero y lo siento muuuuuuuchísimo.

H.

Giré sobre mis talones y me senté junto a ella.

—Gracias por no dejarme sola—comentó cuando me vio tomando una taza.

—Nada es más importante que estar con alguien que te necesita—sonreí al ver que tenía unas cuantas migajas de azúcar en las mejillas. Acerqué mi mano a su rostro y limpie los restos de comida, mis dedos acariciaron sus mejillas suaves.

—¿Ya has olvidado nuestro invierno en Suiza?—preguntó.

—Es imposible que olvide Suiza—respondí.

—Teníamos quince años—recordó.—Fuimos a cenar después de dar un largo paseo, recuerdo que estaba tan cansada que sólo quería dormir, pero tu estabas tan impaciente por...—suspiró y sonrió.

—Estaba ansioso por dormir contigo—completé, y mis labios se unieron a los suyos una vez más.

La Chica Mala  |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora