37. El reencuentro

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Mire las cartas delante de mi sin poder concentrarme. Desde que había vuelto de Roma estaba distraída. Tenía sueños con el espirítu, quien me decía que mi tiempo se acaba y la hora se acercaba. No entendía cual podría ser el significado de eso. ¿Qué tiempo se acababa? Tenía miedo. Muy en el fondo de mi ser, y aunque no me gustará admitirlo, tenía miedo.

Suspire mientras me armaba de valor para leer la carta que mandaron desde Génova, cuando de pronto escuche un gran alboroto fuera de mi estudio. Preocupada, me puse de pie y fui a ver que era ese lío en el salón. Me quede helada al ver a Thomas, visiblemente molesto, siendo retenido por Felix y otros guardias.

-Al fin llegas mujer -dijo el hombre al que una vez ame- dile a tus guardias que me suelten.

-¿Qué esta pasando? -mire a Felix buscando una explicación.

-Lamentamos el desorden, Majestad, lo que sucede es que este señor insiste en verla.

-Por supuesto que quiero verla, es mi esposa, tengo derecho a eso.

-Majestad...

-Esta bien -dije apaticamente- sueltenlo y luego retiraros -ellos obedecieron en silencio, sin embargo, Felix le dedico una agria mirada antes de retirarse.

-Ahora que estamos solos, ¿podrías explicarme por qué tus guardias me tratan como un criminal?

-Sigueme -ignore su pregunta y comencé a caminar hasta mi estudio. Sin que se lo hubiese pedido, él cerro la puerta para que pudieramos hablar sin ser molestados. Me dolía verlo ya que recordaba todos sus errores. No quería hablar aunque debería hacerlo.

-Jane...

-Majestad para vos, señor -dije fríamente desde la ventana.

-¿Qué te sucede? -lo escuche acercarse y di media vuelta para enfrentarlo. En ese momento me di cuenta de que cometí un grave error.

Mi corazón se detuvo durante un segundo antes de acelerarse mientras contemplaba al ejemplar masculino que tenía delante de mi. Su rostro siempre fue perfecto, pero los años en la guerra hicieron que sus rasgos se endurecieran y una arruga surgiera en su frente, probablemente el fruto de fruncir tanto el ceño. Sus ojos marrones, antes poseían una expresión de burla y soberbia, ahora lo unico que había era seriedad y firmeza, algo que encontraba sumamente atractivo. ¿Por qué ahora que lo odiaba tenía que verse sumamente bien? Parece irónico que la guerra lo haya mejorado. Mientras me dedicaba a observarlo, me asegure de mantener una apariencia fría, como si el fuese uno de esos nobles molestos a los cuales debía ver.

-El tiempo paso. Yo cambie y por lo que veo vos también. ¿Qué hacéis aquí?

-Te envíe una carta para que fueras a Londres. El tiempo paso y nunca fuiste así que decidí venir, creí que quiza te había pasado algo o que querías que fuera fiel a mi promesa y viniera a buscarte. Jamás imagine recibir tan grata bienvenida -respondió con cierto rencor.

-Nunca recibí una carta vuestra -dije con una inocencia que hasta a mi me sorprendió.

-¿Segura? Mi madre y algunos guardias dicen que estuviste en mi palacio menos de una hora -enarco una ceja mientras cruzaba sus brazos y me miraba. ¡Maldición! Olvide que la bruja me había visto.

-Que extraño -pude cara de pena mientras inventaba algo lo suficientemente creíble- yo nunca salí de los límites de Italia. He salido del palacio, si, pero solo para visitar a algunos nobles o para asistir a fiestas a las cuales no podía faltar. Como ya he dicho, nunca recibí ninguna carta ni he ido a Londres.

-Sí es extraño... mi madre esta muy convencida de haberte visto, incluso dice que le gritaste y la enviaste al infierno.

-¿Yo? -me puse una mano en el pecho y fingi estar espantada- ¿Tan cruel me crees para faltarle el respeto a una señora mayor?

Till Death Do Us PartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora