Siete

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Abrí los ojos y lo primero que vi fue a Temo sentado en la orilla de la cama, viéndome sin expresión alguna en su cara. De pronto apareció Aristóteles por la puerta de la habitación, con su uniforme de básquetbol, sudado y agitado. <<Temo, ya lo pensé bien>> escuché que dijo. Se sentó junto a Temo al borde del colchón y continuó diciendo:

—Sí, soy gay y también te amo —y dicho esto, se inclina hacia mi amigo y lo toma con sus manos, apoyándolas en su cuello.

—No sabes cuánto me agrada escuchar esto, Aris —responde Temo, sin despegar la mirada de mí.

Enseguida me enderezo y me quito las sábanas de mi cuerpo. No sé por qué estoy sin camisa. Supongo que me la quité antes de tomar mi siesta. Pero antes de que pueda alcanzarlos, ya se están besando de una forma apasionada.

Ambos están sin camisa, igual que yo y no se despegan el uno del otro. Aristóteles continúa con sus manos alrededor del cuello de Temo, y éste acaricia con las suyas la espalda del otro.

Empiezo a llorar.

Temo por su parte, comienza a gemir despacio. Yo sigo llorando. Temo gime más y más fuerte. Aunque no son gemidos, son pujidos. Como si a Temo le costara trabajo besar a Aristóteles. De pronto ya no es mi amigo el que puja, sino Pancho.

Abro los ojos y Pancho está metiendo un colchón a la habitación, pujando del esfuerzo.

—Perdón por despertarte, Diegonchas —exclama Pancho. Todo fue un sueño—. Pero quería dejar lista tu nueva cama antes de que el batallón López salga de clases.

—No se preocupe, Pancho —respondo, todavía somnoliento—. Qué bueno que me despertó, así le ayudo a ordenar todo.

Cuando salimos a la sala del departamento veo muchas cajas, de todos tamaños y marcas.

—¿Qué es todo esto? —pregunto.

—Pues tus muebles, Diego, qué más van a ser, ni modo que verduras —y nuevamente suelta su estridente risa.

Efectivamente, son muebles. Hay un escritorio de madera, un par de burós pequeños, una silla y, por supuesto, la base de madera para el colchón que ya está en la habitación.

—¿Todo esto es para mí? —suelto sorprendido.

—Clarín cornetas, Diegonchas, ¿ni modo que pa' quién?

Tardamos toda la mañana acomodando mis muebles en el cuarto de Temo. Aunque mejor debería decir "nuestro cuarto". Al final, el orden termina siendo similar al de los mellizos: ambas camas están juntas, pues son matrimoniales y no hay espacio suficiente para que estén separadas una de la otra; los escritorios también están juntos, pero del otro lado de la habitación, justo al lado de la ventana.

Pancho también me compró artículos de baño, como toalla y un par de sandalias; mi paquete de bienvenida igualmente incluía una mochila y varios uniformes de mi nueva escuela, incluyendo un uniforme del equipo del equipo de fútbol.

—Pensé que te gustaría entrar al equipo de fut —dice Pancho, a modo de explicación—, con eso de que te gusta un montón. Aunque ya empezó la temporada yo creo que el maestro sí te deja entrar, además de que eres un buenazo.

No sé qué decir. Me siento muy agradecido con Pancho por todo lo que está haciendo por mí, pero al mismo tiempo experimento una sensación de culpa, por todo el dinero que lo estoy haciendo gastar. Sin embargo, no me quejo, por todas las veces que ya lo había hecho y siempre terminaba regañado por fijarme en eso, así que lo único que respondo es: <<Gracias>>.

Pancho y yo descansamos un poco, después todas las horas destinadas a ser decoradores de interiores. Sin embargo, nuestro tiempo libre no dura mucho, pues enseguida el señor López cae en cuenta que pasa de la una de la tarde y todavía no tiene lista la comida.

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora