Cuarenta y cuatro

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Bajo despacio las escaleras, esperando escuchar algo a mis espaldas que me indique lo que está sucediendo en la azotea. Como dije, Aris nunca me dijo específicamente de qué se trataba la última sorpresa, pero por la forma que actuaba y las ligeras indirectas que, sin querer, me lanzaba, no me dejan pensar en otra cosa. 

Llego al piso de mi departamento y me topo con Javier saliendo por a puerta, con una muleta bajo el brazo y su mochila cargada a los hombros. Solo ahora caigo en cuenta de lo elegantemente vestido que está. Más guapo que de costumbre.

—Pensé que aquí me dejarías, esperando— me reclama medio en broma.

—Disculpa la tardanza, pero tenía que asegurarme que todo saliera de acuerdo al plan— respondo. 

—¿Y bien? ¿Temo ya los perdonó? —pregunta.

—Claro, pero ahora viene lo más importante... —digo bajando un poco la voz—. Pero bueno, ¿ya comiste? Perdón por no haberte acompañado... No siempre se tiene a alguien tan guapo de invitado —soy consciente que comienzo a coquetear de nueva cuenta con Javier, cosa que me agrada pues tenía mucho sin hacerlo. Al parecer, a él también le gusta, porque enseguida responde.

—Pues porque nunca me invitas a tu depa, en cambio yo.... Tengo que sufrir viéndote casi a diario y ni siquiera poderme acercar a ti —me recrimina. Ahora no sé si lo sigue diciendo en broma o más en serio, por aquello que sucedió la última vez. 

Estoy por defenderme cuando sale Pancho del departamento, jugando con las llaves de la camioneta. <<Qué bueno que aquí andas, Diegochas>>, me dice, <<tengo que ir a hacer unas entregas en La Burra y pues necesito que te quedes a cuidar a las calcamonías, ¿sale?>>.

—Descuida, Pancho, yo les echo un ojo.

—O los dos, de vez —y se aleja riéndose de su propio chiste.

Una vez que desaparece por las escaleras, me giro hacia Javier y con la mirada le invito a pasar al departamento. 

—¿Crees que te puedas quedar un rato más conmigo? —pregunto, poniéndole ojitos de gato abandonado. 

—Bueno... eso depende de para qué quieres que me quede —agrega con picardía. 

No sé qué nos sucede a ambos el día de hoy, pero estamos más cariñosos y directos que otras veces. Por supuesto, esto no me molesta. 

—Cuidar a los mellizos y ayudarles con su tarea, claro está —bromeo. 

—¿Y si mejor tú y yo hacemos nuestra tarea? —dice, lanzándome una mirada juguetona. Pero yo no puedo evitar carcajearme.

—Es la peor frase que he escuchado —explico.

Javier se sonroja levemente, lo cual lo hace parecer todavía más guapo.

—No quería sonar tan urgido por tocarte —suelta sin más. 

Demonios.

Un calor empieza a recorrer mi cuerpo, subiéndose desde mis pies y juntándose principalmente en la zona de mi cadera y sus zonas adyacentes. 

—¿A qué... a qué te refieres? —pregunto nervioso, mientras doy un paso pequeño hacia él, quien suelta su mochila y la deja caer al piso. 

—Que muero de ganas por hacer esto —y planta sus labios sobre los míos, soltado también su muleta y aferrándose con fuerza a mi nuca. Yo, por mi parte, poso las mías en su espalda, jugando ligeramente con los músculos de su espalda. Cuando parece que nuestro beso comenzará a subir de intensidad escucho mi celular sonar, pero decido ignorarlo.

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora