Diecinueve

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Nos despedimos de Javier en cuanto llegamos a la explanada. Por más que él insistió en acompañarnos hasta nuestro edificio, yo aseguré que no hacía falta. Confío plenamente en mi ubicación, y claro, en mi teléfono celular.

Yo esperaba que Temo dijera algo, pero no fue así. Por el contrario, estuvo callado buena parte del camino. Fui yo el que tuvo que sacarle conversación porque me sentía muy incómodo con el silencio que había entre nosotros.

—Deberíamos pasear  más seguido. De seguro y hay más lugares así de mágicos en esta ciudad. 

—Seguro —fue lo único que respondió mi amigo. 

Así que, tras mi intento fallido de entablar una conversación decente, decidí también guardar silencio hasta que llegamos a nuestro edificio. Subimos las escaleras despacio, como si ninguno de nosotros tuviera prisa en llegar. Temo era el primero, ya llevaba en su mano las llaves del departamento. Sin embargo, antes de entrar se detuvo y volteó a verme.

—Esto no se quedará así, tú y yo tenemos una plática pendiente —me dijo, fijando sus oscuros ojos en mí. 

—¿Platicar de qué? —respondí, tratando de sonar lo más despreocupado posible. 

Pero Temo no respondió. Abrió la puerta del departamento y entramos, justo para ver cómo Pancho ya tenía lista la cena.

—Justo a tiempo, mis jóvenes turistas —señaló—. Vayan a lavarse sus manos, que ya está lista la cena.

Así lo hicimos, y para cuando volvimos a la mesa, los mellizos también se encontraban presentes. Fue una cena tranquila, donde solo Pancho hacía preguntas de nuestro paseo, a las cuales únicamente yo daba respuesta, pues Temo no se veía con muchas ganas de participar de la conversación. 

Al terminar, me dirigí a mi habitación, pero mi amigo me detuvo: <<Vamos a la azotea>>, ordenó. Avisó a Pancho que iríamos a platicar al techo, a lo que él aceptó, con la condición de estar en la cama antes de las once.

—¿Y de qué querías hablarme? —pregunté, justo cuando llegábamos al lugar donde estuvimos sentados la otra noche. 

—Pues sobre lo que pasó hace rato —dijo tajantemente. 

—¿Nuestro paseo? 

—No te hagas, Diego. Sobre lo que pasó entre Javier y tú. 

—Pero si no pasó nada —afirmé, un poco nervioso.

—No pasó nada porque llegué yo... Si no, quién sabe qué hubieran hecho ustedes. ¿Crees que no me di cuenta que estaban a punto de besarse? Estaban super cerca el uno del otro. Además, la forma en que te veía Javier daba a entender que no solo quería darte un beso... Y pensar que ayer nos estábamos besando tú y yo en nuestra habitación...

—Temo, por favor, no seas exagerado. A lo mejor y sí estábamos cerca, pero no era lo que parecía... Y no saques a colación ahora lo de nuestro beso. Que hoy en la mañana seguías sufriendo por Aristóteles y tratándome mal. 

Mi amigo no respondió, solo se me quedó viendo y juzgándome de mentiroso. Así que no tuve más que añadir: <<Bien. Sobre lo de esta mañana, yo fui el que te trató mal primero y sí, quizá sí nos íbamos a besar, quién sabe>>.

—¿Y eso te hubiera gustado? —quiso saber mi amigo. 

—No lo sé, Temo... A lo mejor y era el momento, no estoy seguro. Javier no me gusta. 

—Y yo no soy gay —agregó. 

—O sea, tal vez sí está guapo y así, pero sabes que te prefiero a ti, por eso nos besamos, ¿no? —dije esto tomándolo de las manos e invitándolo a sentarnos, pues llevábamos todo ese rato conversando de pie. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora