Veintiuno

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Desperté asustado. Ahora no por culpa de Pancho, sino de Temo golpéandome en la cara con su almohada.

—¿Qué te pasa, Cuauhtémoc? —pregunté, defendiéndome del ataque de mi amigo. 

—¡Ya calla tu alarma! —respondió, todavía agrediéndome. 

¡La alarma! Es cierto. Nuevamente casi me quedo dormido, de no ser porque otra vez alguien se encarga de despertarme. 

—¿Quién, en su sano juicio, pone su alarma a las seis de la mañana de un domingo? —alega. 

—Aquel que tiene que ir al mercado con don Pancho López —dije aun medio dormido. 

—¿Todos los fines de semana vas a ir?

—Supongo. Ese fue el acuerdo que hice con tu papá para no sentirme tan parásito en esta casa —dije en tono socarrón. 

—Pues para la próxima duermes en la sala. No quiero que me despiertes tan temprano en fin de semana.

—Lo que tú digas, guapo —agregué, acariciando su mejilla con el dorso de mi mano. 

Temo me miró con mirada juiciosa y añadió: <<Le voy a decir a tu novio que andas coqueteando con otro>>. Acto seguido nos echamos a reír. 

—Pero ya en serio,  vete ya si tienes que irte y déjame seguir durmiendo —continuó hablando, en fingido tono de molestia.

Me levanté de la cama y me vestí rápidamente. Me dirigí al baño y descubrí a un Diego en el espejo con el cabello hecho un auténtico desastre. <<Última vez que me duermo con el cabello húmedo>>, pensé.

Cuando salí del baño, Pancho ya se encontraba en la cocina, con dos tazas grandes de café. Me dio los buenos días, así como una de las tazas. 

—Hoy tenemos poca chamba, Diegonchas, solo un par de entregas en algunas tiendas y restaurantes. Hay que apurarnos porque me los quiero llevar al cine —dijo. 

Y sí, efectivamente, en total solo fueron siete entregas. Pocas si las comparamos con el millón y medio de encargos que tuvimos el día de ayer. Por lo tanto, cerca de las diez de la mañana ya estábamos de vuelta en el departamento.

—Conociendo a los López, han de seguir dormidotes en sus camas —afirmó. 

Cosa que resultó ser cierta, pues al entrar a mi habitación me encontré con un Temo que dormía plácidamente en su cama, con las cortinas aun cerradas. Su rostro reflejaba tranquilidad, con sus ojos cerrados y la boca levemente abierta. Desearía que esta versión de mi amigo durara para siempre. Que en vez de verlo siempre llorando o con cara triste, simplemente estuviera así, con el semblante tranquilo.

Pero como soy mala gente, no pienso dejar que mi mejor amigo duerma apaciblemente mientras yo ya recorrí media ciudad cargando costales de papas a mi espalda.

—¡A-rri-ba, a-rri-ba! —grité, acompañando cada una de las sílabas con un golpe de almohada en el rostro, hasta hace unos instantes, tranquilo de Temo. 

—¡Quítate, Diego! —aulló, cubriéndose con las manos de mi feroz ataque. 

—Ándale, ya es tardísimo y quiero que estés despierto —añadí, dejando por fin de agrederlo a almohadazos y acostándome a su lado—. Quiero contarte algo que pasó anoche. 

—No me importa, solo quiero dormir —alegó, dándome la espalda y tapándose hasta las orejas con su cobija.

—Bueno, entonces iré a contarle a alguien más sobre las fotos que me mandó Javier desnudo...

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora